En ese contexto, una nueva alameda más ambiciosa que la anterior fue creada en 1786, fecha en la que el corregidor Juan Pablo de Salvador plantó nuevos árboles para ampliar la ya existente.
Pocos años después, llegaron de Madrid las nuevas tendencias en paisajes y jardines e influido por este nuevo espíritu, Vicente Cano Altares mandó construir un largo emparrado, un cerramiento y además unos bellos macizos de flores, encargando la dirección de las nuevas reformas al arquitecto Juan Bautista Lacorte.
Estas últimas reformas se realizaron en 1849, introduciéndose variedades vegetales que hacían las delicias de los paseantes y causaban gran admiración en los viajeros que visitaban la ciudad, según se deja constancia en los escritos de Federico Atieza y Palacios.
El pedestal del mismo es anterior, obra de Francisco Bolarín el Viejo (1768-1836), sobre el que iba a ir una estatua del monarca absolutista Fernando VII encargada en 1828, pero la posterior reacción en su contra impidió que se realizara, usándose para el homenaje a Floridablanca.
Las pilastras se mantuvieron hasta la instalación de la valla metálica actual, hacia 1918.
El portal de piedra que se instaló en el lateral del jardín que da a la calle Hernández del Águila no fue realizado originalmente para el mismo, sino que estaba emplazado en la calle Matadero y perteneció a la fachada del antiguo Matadero municipal del siglo XVIII; siendo trasladado al parque tras su demolición, constituyendo hoy una de sus puertas de entrada.