En América, el pueblo tolteca adoraba al dios lunar Metzi, y existen referencias de los pueblos maya e inca sobre seres sobrenaturales a los que se adoraba y que tenían relación con el satélite terrestre.
Los pueblos de Oriente (asirios y babilónicos), excelentes observadores y matemáticos, determinaron el tiempo que invertía en su órbita alrededor de nuestro planeta llegando a proclamar que el tiempo que empleaba entre dos pasos sucesivos (mes sidéreo) era mucho más corto que el mes lunar; los babilonios idearon la semana de 7 días (quizás por existir siete astros errantes: cinco planetas y dos grandes dioses, el Sol y la Luna): probablemente eligieron el número 7 porque con bastante aproximación la Luna pasa por 4 períodos de 7 días en su ciclo mensual y en un año solar hay 13 ciclos lunares.
Eratóstenes determinó la distancia media entre la Tierra y la Luna en aproximadamente una tercera parte del valor verdadero.
Asimismo con sus estudios consiguió determinar el fenómeno denominado paralaje, consistente en el desplazamiento aparente de un determinado objeto cercano con respecto a una referencia más alejada y que se produce al observarlo desde dos puntos distintos.
Ptolomeo descubrió una segunda irregularidad lunar que actualmente se conoce con el nombre de evección, situando a la Luna a una distancia de 59 radios terrestres y midiendo su diámetro con bastante precisión.
Posteriormente ve la luz la obra "Almagesto" (la Gran Sintaxis) editada por el matemático persa Abul Wefa, que fue tomada durante muchos años como una traducción del libro de Tolomeo si bien en realidad es una obra original, la segunda parte de la cual está dedicada por completo a la Luna.
Zacharias Janssen era uno de ellos y pretendió haber ideado en 1604 este mismo artilugio óptico; sea como fuere en 1608 en la corte del rey francés Enrique IV ya aparecieron algunos rudimentarios telescopios, pero como simples juguetes, pasando luego a Inglaterra e incluso hasta Italia, en donde en mayo de 1609 un matemático llamado Galileo Galilei pudo examinar alguno.
Sus estudios fueron publicados póstumamente en el año 1651 y los detalles allí plasmados coinciden bastante bien con los actuales.
Denominó "mares" a las manchas oscuras y permanentes que observaba e incluso llegó a medir las alturas de algunos accidentes por la longitud de sus sombras, obteniendo cifras un poco más elevadas que las reales.
En el año 1636 un francés llamado Claude Mellan realizó un mapa lunar, al parecer bastante bien acabado.
Fue Michael van Langren quién trazó en el año 1645 varios mapas lunares con bastantes más detalles que los de sus antecesores.
Langreno optó por bautizar a los objetos que veía con nombres de personajes ilustres, no en vano trabajaba como matemático y cosmógrafo del rey Felipe IV de España, utilizando incluso el suyo propio para designar a un mar al que llamó "Mare Langrenianum" y que hoy conocemos como de la Fecundidad.
Ese mismo año el fraile capuchino Antón María Rheita publicó también un mapa lunar, nominando los accidentes con letras latinas.
Como curiosidad podemos decir que científicos tan importantes como su admirado Tycho Brahe tienen su homónimo en la zona polar o que Copérnico, del cual Riccioli no tenía muy buenas referencias, fue arrojado al Mar de las Tempestades, llegando a otorgar a Galileo un cráter insignificante.
Tienen además su propio accidente (nominados posteriormente) personas como Yamamoto, Anaxágoras, Da Vinci, Dante, Gutenberg, Leverrier, Julio Verne, Vasco de Gama o Julio César, junto al cual está Sosígenes.
Isaac Newton, matemático, físico y astrónomo inglés, siguiendo las ideas propuestas por James Gregory en 1663, ideó un telescopio reflector, cuyo objetivo era un espejo, en vez de una lente, el cual no proporcionaba los errores cromáticos de los refractores.
Ya en el siglo XIX se confeccionaron importantes cartas lunares: W. G. Lohrmann dispuso de su propio mapa de 97 centímetros en el año 1824; en 1837 aparece el "Mapa Selenographica" realizado por Wilhelm Beer y Johann Mädler,[4] que fue una verdadera obra maestra en cuanto a su presentación se refiere, con una altura de 95 centímetros y dividida en cuatro partes,[4] obra que sería completada con su libro Der Monde (La Luna).
Beer y Mädler habían dibujado un mapa lunar en el cual la riqueza de los detalles superaba a los publicados hasta entonces.
Durante la elaboración de su obra, Schmidt se dio cuenta de algunos importantes cambios en la orografía lunar (como la desaparición aparente del cráter Linné), cambios que también fueron confirmados por otros científicos, comenzando entonces una extensa campaña por cartografiar la Luna y los posibles puntos cambiantes; otro germano, Johan Zollner, realizó también estudios teóricos sobre la luz lunar aunque se distinguió fundamentalmente por sus trabajos de astrofísica.
La mala calidad óptica del instrumento defraudó al gran público y terminó sus días como chatarra.