Guerra civil argentina entre 1848 y 1856

Desde 1814 en adelante, la República Argentina se había visto sacudida por una serie de guerras civiles, que enfrentaron al Partido Federal con el centralismo, generalmente identificado con los gobiernos porteños.

Su complicado gobierno duró hasta que fue derrocado por una revolución dirigida por el «Chacho» Peñaloza, recientemente regresado a su provincia, en marzo de 1848.

Tuvo relaciones muy tensas con Rosas, pero este terminó aceptándolo como federal; el ubicuo Bustos pasaría más tarde por urquicista y luego por mitrista.

En enero del año siguiente volvió Mota con un grupo armado a su provincia, pero una revolución en su apoyo fracasó.

El después general Antonino Taboada organizó fuerzas militares con los gauchos del este de la provincia, y puso sitio a la capital.

El coronel Espinosa lo derrotó en Vipos, pero de todas formas logró aproximarse a la capital, para después ocupar Monteros.

[5]​ Los defensores de Montevideo estaban solos, y era evidente que la ciudad no resistiría mucho más.

Para aumentar la presión sobre la ciudad sitiada, Rosas prohibió todo tipo de comercio con Montevideo, que se había tolerado hasta entonces.

Pero Urquiza no se movió hasta asegurarse la provisión de lo único que le faltaba: dinero.

La prensa porteña reaccionó indignada por esta "traición"; todos los demás gobernadores lanzaron anatemas y amenazas públicas contra el "loco, traidor, salvaje unitario Urquiza."

Durante su ausencia, el coronel Hilario Lagos había salido de Entre Ríos con las tropas que allí tenía Rosas.

Tras reunir y adiestrar sus fuerzas en Gualeguaychú, el Ejército Grande se concentró en Diamante, puerto de Punta Gorda.

Pero las tropas santafesinas se sublevaron; rápidamente, Urquiza envió hacia allí a Domingo Crespo, que asumió como gobernador.

El gobernador se instaló en su campamento de Santos Lugares, dando órdenes burocráticas y sin decidir nada útil.

Pacheco, cansado de un jefe que arruinaba sus esfuerzos, renunció al mando del ejército y se retiró a su estancia sin esperar respuesta.

Del lado de Urquiza combatieron jefes capaces como el brasileño Duque de Caxias, César Díaz, José María Pirán, José Domingo Ábalos, Miguel Galarza y Manuel Urdinarrain, mezclados con otros que no lo eran tanto, como los impetuosos Lamadrid, Juan Pablo López, Anacleto Medina y Bartolomé Mitre.

Rosas se retiró cuando ya todo estaba perdido,[13]​ y en el camino hacia la ciudad escribió su renuncia.

Junto con este, llegaron a Buenos Aires Domingo Faustino Sarmiento, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez y otros exiliados.

En Córdoba, un motín de cuartel derrocó a "Quebracho" López, y en Mendoza, el general Segura regresó al gobierno sin mayor problema.

De inmediato organizaron dos ejércitos: uno, al mando del general Paz, se estableció en San Nicolás.

Con la excusa de devolver sus tropas a Corrientes, invadieron Entre Ríos y avanzaron hacia el interior.

Hornos llegó hasta Corrientes, donde exigió ayuda al gobernador Pujol, pero este lo desarmó y lo expulsó del país.

Pero los federales no tenían recursos económicos, y la prolongación del sitio hizo caer rápidamente la moral de los soldados.

La pequeña flota de Urquiza logró bloquear la ciudad, pero al poco tiempo su comandante John Halstead Coe, norteamericano, fue sobornado para entregar la escuadra a los porteños.

Pero Gutiérrez organizó desde Catamarca una revolución contra Espinosa, que fue derrocado en enero de 1853, y regresó a su provincia.

Pero a sus espaldas, Taboada había ocupado San Miguel de Tucumán, nombrando gobernador al cura Campo.

Otro jefe unitario, el sanjuanino Anselmo Rojo, derrotó a los federales en la batalla de Tacanitas, en octubre.

Al saber de la invasión que se proyectaba, el gobernador Pastor Obligado había dictado la pena de muerte para todos los oficiales implicados – declarándolos bandidos, para no tener que respetarlos como a enemigos –y había ordenado su fusilamiento sin juicio.

La mayor parte de los soldados fueron muertos cuando se rendían, y los oficiales fueron fusilados dos días más tarde.

Pese al reclamo de los federales por venganza, justamente sirvió para que Buenos Aires y la Confederación firmaran una paz.