Es un recurso arquitectónico utilizado para embellecer la fachada, representando también el estilo histórico y cultural de la época en la que se construyó la obra.
En este periodo, el frontispicio se presenta como un símbolo decorativo, frecuentemente de gran escala, que remite a formas clásicas pero con un enfoque contemporáneo.
En este estilo, la ornamentación se considera secundaria o incluso innecesaria, dando prioridad a la simplicidad y la integración del edificio con su entorno.
Este recurso se convirtió en un medio eficaz para transmitir simbólicamente el mensaje o los temas centrales del libro, actuando como una "puerta de entrada" conceptual hacia el texto.
Por ejemplo, era común incluir figuras femeninas personificando virtudes como la Fortuna, la Sapiencia o la Fama, todas ellas rodeadas de elementos arquitectónicos que enmarcaban su simbolismo.
Autores como René Descartes, Thomas Hobbes y John Milton utilizaron frontispicios complejos en sus obras para representar sus ideas de manera gráfica.
Durante el Barroco, los frontispicios literarios se hicieron aún más elaborados, incluyendo composiciones artísticas llenas de simbolismo y dramatismo visual.
Estos diseños fueron utilizados por impresores y editores para atraer a un público más amplio, haciendo que el libro se presentara no solo como un texto, sino como una obra de arte.