Los principales procesos que tienen lugar en el tracto gastrointestinal son: motilidad, secreción, regulación, digestión y circulación.
El par craneal X, que ejerce función parasimpática, se extiende desde su nacimiento hasta la mitad izquierda del intestino grueso, inervando en su trayecto al esófago, estómago y páncreas.
Las terminaciones postsinápticas simpáticas secretan noradrenalina y, en una cantidad muy inferior, adrenalina, que ejercerán un potente efecto inhibidor sobre las funciones gastrointestinales.
Existen, por tanto, tres niveles de control de la actividad gastrointestinal: el que rigen los propios plexos entéricos sin aferencias del sistema nervioso central, las aferencias de tubo digestivo hasta los ganglios simpáticos prevertebrales y la subsiguiente respuesta inhibitoria y los reflejos que se originan por vías ascendentes hasta la médula espinal y el tronco del encéfalo.
En el aparato digestivo, la circulación cumple con dos funciones básicas: proveer oxígeno a los tejidos que lo constituyen y transferir los nutrientes absorbidos al resto del cuerpo.
1)En la digestión, la mucosa del tubo digestivo libera sustancias vasodilatadoras, así como la gastrina y la secretina.
2)En la secreción las glándulas secretoras, liberan calidina y bradicinina, que son cininas vasodilatadoras muy potentes.
El flujo arterial a las vellosidades y su drenaje venoso siguen direcciones opuestas, aunque los vasos se encuentran muy próximos.
Gracias a esta disposición vascular, la mayor parte del oxígeno sanguíneo difunde desde las arteriolas directamente hacia las vénulas adyacentes, sin pasar siquiera por los extremos de las vellosidades.
[1] La sangre venosa procedente de los órganos gastrointestinales, llega hasta el hígado por la vena porta.
La mayoría de nutrientes que provienen de los alimentos son absorbidos por el intestino delgado para que posteriormente, mediante la circulación sistémica, puedan llegar a otras partes del cuerpo para ser almacenadas o utilizadas.