Los moldes bivalvulares, cuya idea había sido tomada de los egipcios por los griegos insulares, debían ser cortados para obtener un anverso y un reverso, con los que suelen asociarse “puntos clave”, es decir protuberancias que permitían unir mejor ambas partes.
Además, el artesano hacía una pequeña abertura, un agujero de ventilación que permitiese salir el vapor durante la cocción.
Así, los miembros eran unidos al torso, ya sea pegándolos con barbotina (arcilla mezclada con agua) o mediante un ensamble de tipo caja y espiga.
A partir del período helenístico, se agregaron el anaranjado, rosa malva y verde.
Los pigmentos se obtienen de tintes minerales: ocre para el amarillo y el rojo, carbón para el negro, malaquita para el verde, etc.
Ciertamente, sus atributos posibilitan reconocer a determinados dioses de un modo incuestionable (por ejemplo, el arco por Artemisa).
Además, la gran mayoría de las figurillas simplemente representan a una mujer erguida, sin ningún atributo.
Estas últimas figurillas eran ofrendadas en todos los santuarios, independientemente de la divinidad que allí se adorara.
Estas figurillas eran de tamaños variables, tal vez para indicar la edad del niño fallecido.
Estas eran las ofrendas de la gente común, los que no podían permitirse entregar objetos más valiosos.
Llegado el período helenístico, las figurillas se convirtieron en grotescos: seres deformes con cabezas desproporcionadas, pechos hundidos o estómagos prominentes, jorobados y calvos.