Un rol central en la casa lo tenían sus tías, quienes sentían un intenso terror hacia su abuelo debido a su carácter abusivo.
Poco después Ainhoa enferma y empieza a sufrir de una fiebre recurrente, sin que nada la haga mejorar.
Distintos hombres intentan atraerla, pero ella los esquiva y vuelve a su casa al día siguiente.
Para recuperar este lenguaje tradicional, Ortiz empezó a hablar con familiares, amigos y otros habitantes de Esmeraldas.
[10] En la novela, esto se ve ejemplarizado con la violación que sufre Ainhoa a manos de su abuelo, conocido como el papi Chelo.
[13] La violencia que este personaje ejerce sobre la familia y la ansiedad ante su crecimiento, es narrada por la protagonista en los siguientes términos:[7] La figura del carnaval tiene un rol central en la novela como un momento de liberación en que las personas afrodescendientes se despojan de las apariencias y se sumen en una fiesta de rebeldía, como un símbolo del goce.
Sobre este punto, la autora afirmó, durante una presentación del libro, que el carnaval era la «fiesta en donde se puede ser plenamente negro».
[18] La reseña del diario digital Infobae, escrita por Pilar Martín, resaltó la visión alegre que da la novela de la vida al mismo tiempo que presenta los horrores de las realidades latinoamericanas.
[20] Este aspecto musical también fue destacado por Juan Manuel Mannarino, en la reseña de Página/12,[21] y por el escritor ecuatoriano Eduardo Varas.