Larsen era un marinero noruego con experiencia que ya había hecho varios viajes en la zona.
Sobral y el artista estadounidense Frank Wilbert Stokes se unieron a la expedición y pasaron dos años con Nordenskjöld en la isla Cerro Nevado, convirtiéndose así Sobral en el primer argentino que invernó en la Antártida.
Sobral debía llevar a cabo una serie de estudios científicos, mientras que Stokes era un dibujante que realizó pinturas al óleo y una serie de dibujos durante el viaje.
Realizaron trabajos meteorológicos, magnéticos, astronómicos, hidrográficos, biológicos y geológicos, así como expediciones sobre el hielo del mar a las islas vecinas y a la zona próxima de la península Antártica, región luego conocida como Costa Nordenskjöld, y que se extiende al suroeste de la isla, llegando hasta las proximidades del círculo polar antártico caminando más de 600 km.
Disponía de doble puerta que dejaban entre ellas espacio para un diminuto vestíbulo.
La cabaña dio muy buen resultado, haciendo confortable los dos inviernos que en ella pasaron los cuatro expedicionarios.
Nordenskjöld aconsejó después que si se volvía a emplear una cabaña de esta clase en próximas expediciones, sería aún más eficiente si era provista de doble pared, rellenando el espacio entre ambas paredes con aserrín.
No estuvieron privados de víveres ya que al desembarcar habían sido provistos con abundancia.
Del barco, al comprobarse que no podía abrirse camino a través del hielo, desembarcaron tres personas en la bahía Esperanza: J. Gunnar Andersson, S. A. Duse y Toralf Grunden, con provisiones para unos pocos días y dotados con un trineo.
No habiendo hielo de mar sobre el cual hasta entonces habían avanzado sin dificultad, tenían que continuar el viaje por tierra y, una vez estando a la altura de la isla, pasar a ella desde tierra firme.
Apareció inesperadamente el mal tiempo del ya cercano invierno y ya ni podían avanzar hacia Cerro Nevado ni volver al punto en el que habían desembarcado.
Mientras tanto, y ante la inquietud por la desaparición, el Gobierno argentino decidió enviar en misión de rescate a la corbeta ARA Uruguay, comandada por Julián Irízar.
La tripulación quedó constituida por ocho oficiales, incluyendo al comandante Irízar, y 19 subalternos.
Todos fueron cuidadosamente seleccionados, ya que la travesía requería no solo de la experiencia naval sino también de resistencia a climas muy fríos y el temple necesario para aventurarse en regiones inhóspitas.
Poco después, la Uruguay ponía proa hacia la isla Paulet, recogía a los náufragos y emprendía el regreso.
El 22 de noviembre llegaron a Puerto Santa Cruz y desde Río Gallegos telegrafiaron la buena nueva: