Allí ingresa en la Escuela de Artes y Oficios a los doce años de edad, coincidiendo con artistas como Baldomero Romero Ressendi, con el que mantendrá una gran amistad durante toda su vida.
A los 17 o 18 años había entrado en la Congregación Mariana de “Los Luises” animado por un primo suyo.
Eufemiano recuerda las experiencias vividas a su paso por “Los Luises” como una etapa fundamental en su educación.
Continúa participando en distintas exposiciones, en las que el éxito y las buenas críticas le llegan desde muy temprano.
Destaca entre ellas la exposición personal organizada por la Dirección General de Marruecos y Colonias en Madrid (1948).
Comprometido ya en matrimonio con Eloísa Amillategui Trujillo, llegará solo al país suramericano para casarse allí por poderes, aunque la boda se celebró administrativamente en la ciudad de Sevilla.
Su salida de España no es por motivos políticos ni como exiliado, sino voluntariamente por un deseo de libertad que no podía encontrar en España, pudiendo dar rienda suelta a la pulsión por el objeto humilde que había sido coartada en el ambiente sevillano.
El hecho de contar con familiares en la Argentina facilita su entrada, cumpliendo con todos los requisitos administrativos exigidos por entonces.
Será precisamente en las distintas representaciones diplomáticas españolas donde realice sus primeros y más fructíferos contactos, que le permitirán además desarrollar una provechosa carrera artística en la Argentina.
En su estudio, situado en un edificio de estilo racionalista en Palermo Chico, se reunía con amigos así como con personalidades intelectuales y sociales una vez al mes, que se verán atraídas por la pintura de Eufemiano, comprando sus obras y encargando retratos.
La prensa sevillana se hará eco del éxito de estas exposiciones.
En 1962 decide regresar a España, afincándose definitivamente en Madrid, con su Estudio en Paseo de la Castellana 123.
Al pasar este centro a ser Facultad Universitaria obtiene la licenciatura en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid.
El espíritu realista tomado de la pintura española lo traslada sin embargo al lienzo con una técnica más cercana a los primitivos flamencos en cuanto a la nitidez del contorno y la precisión y pastosidad de la pincelada para recrear la materialidad del motivo pictórico.
Ya en la Argentina, donde se sentirá más cómodo para poder dar rienda suelta a su arte, se entregará ya decididamente a la iconografía que le acompañará hasta el final de sus días: la del objeto humilde que impregna sus naturalezas muertas y bodegones, en la más pura sobriedad y quietud de la tradición española.
Los motivos son los que tratará durante toda su vida artística posterior: libros, mandarinas, nueces, cerámicas, cestas de mimbre o cajones.
Aparecen los paños zurbaranescos, de técnica precisa y rica en materia, huyendo del movimiento.
Ayuntamiento de Marchena ha contribuido a esta labor, dedicándole una calle con su nombre en su casco antiguo en el año 2009.