Espiritualidad ignaciana

En la acción al servicio del mundo se percibe la presencia misma de Dios: Simul in actione contemplativus.

En otras palabras, los Ejercicios Espirituales buscan dejar acceder a la persona comprometida en continuar con un mayor grado de libertad frente a sus propios gustos, aversiones, comodidades, deseos, necesidades, apetitos, prejuicios y pasiones a fin de que pueda hacer una elección de vida y decidir cosas importantes basándose únicamente en lo que ella discierne que es la voluntad de Dios para sí misma, y con ello encontrar alegría y paz interior en unión con Dios.

La espiritualidad ignaciana, que, arraigada en el cristianismo, postula un Dios amante de los hombres y actúa en el mundo para su bien y con su colaboración, concede gran importancia a la búsqueda de lo que les permitirá vivir mejor según este deseo de Dios que vivir en plenitud, cuyo cumplimiento conduce a la unión mística con Dios.

Así, toda formación ignaciana es una formación para el envío en misión, en la Iglesia, de aquellos que, tras un discernimiento realizado durante o después de una "larga jubilación"A partir de los Ejercicios Espirituales queremos, como dice Ignacio, «Los que quieran fijar su corazón y distinguirse más en todo servicio a su Rey eterno y Señor universal, no sólo ofrecerán sus personas a la pena, sino que, actuando contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, Habrá ofertas de mayor valor e importancia…» [Ex.

Para San Ignacio de Loyola «el hombre es creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor y con ello salvar su alma» [Ex.

Ignacio declara: «El propósito de nuestra vida es vivir con Dios para siempre.

Aprender a encontrar a Dios en todas las cosas es esencial –todo es sagrado y nada es profano–, al igual que desarrollar una relación de criatura con Creador, que es Padre amoroso.» La espiritualidad ignaciana es eminentemente cristocéntrica.

En sus Ejercicios Espirituales, Ignacio dedica las tres últimas semanas a la contemplación de Jesucristo: desde su nacimiento y su ministerio público hasta su Pasión y, finalmente, sus apariciones como Resucitado.

El discernimiento personal, como el progreso en la oración o la contemplación, se ve favorecido por la presencia de un guía espiritual, una persona experimentada en las cosas de Dios.

Estos encuentros con el guía espiritual —que no es necesariamente un sacerdote— se realizan periódicamente, aunque, a lo largo del progreso espiritual y de la elección del «mejor» en la vida se vuelven más habituales y casi intuitivas, pueden espaciarse.

Para un auténtico servicio a Dios es imprescindible un buen conocimiento de uno mismo.

Desde una perspectiva ignaciana, es impensable que se busque la salvación personal sin velar y contribuir a la de los demás.

La educación jesuita, impregnada de la espiritualidad ignaciana, busca formar «hombres y mujeres para los demás» como lo definió Pedro Arrupe.