Su situación sobre el río Guadalvacar, dominando la ruta entre Sevilla y Córdoba, explica que se convirtiera desde antiguo en asentamiento de población.
Este templo debió ser más pequeño que el actual santuario, pero situado en el mismo lugar.
El actual Santuario se encuentra enclavado en la sierra, posee tres naves separadas, la central se separa de las laterales por cinco arcos de medio punto que descansan en cuatro pilares y cubiertas con madera La capilla mayor tiene un tramo cubierto con cúpula sobre pechinas decorada a principios del siglo XVIII con pinturas azuladas y otro con bóveda de cañón con lunetos.
La Virgen, Mater Admirabilis, era algo hierática, estaba sentada sobre una especie de castillete y mientras sostiene al Niño con sus manos, sonríe enigmáticamente mirando a los fieles.
La población de Setefilla era sencilla: ganaderos, labradores, pequeños propietarios y algún artesano.
El no cumplimiento del voto podía suponer la negación de los sacramentos a toda la población.
En lo sucesivo, Lora acude a la Virgen cuando se encuentra amenazada ante una sequía o una epidemia.
A su vez, Lora crecía y tenía comunicación con Sevilla, ciudad en apogeo por sus relaciones con América.
El hecho de que Lora se convirtiera en promotora principal del culto, trajo consecuencias y cambios.
Esta costumbre debió ser reciente y coexistía junto a la del día de la Encarnación.
Los setefillanos que se mudaron a Lora 50 años antes no les importó la nueva costumbre pues el buen tiempo estaba asegurado.
De todas formas, la cofradía de Nuestra Señora por este tiempo no contaba entonces con iniciativa alguna, todas las decisiones las tomaba el cabildo municipal y los cofrades se asociaban a los cultos ya fijados por las autoridades civiles.
Las mismas sencillas normas se observaban en el retorno de la Virgen al Santuario.