Entre sus labores destacó una intensa dedicación al apostolado obrero, en línea con las inquietudes del catolicismo social.
De acuerdo con Cárcel Ortí, “llegó a estar considerado como el mejor obispo español de su tiempo, tanto por su preparación intelectual —demostrada en sus escritos pastorales— como por su escrupulosidad en la administración diocesana, su adhesión a la Santa Sede y sus virtudes sacerdotales, en especial la caridad y la humildad”.
[6] En ella aludía a San Agustín en su distinción entre la ciudad terrestre, donde el egoísmo prevalece, y la ciudad celestial, donde el amor de Dios reemplaza todo sentido de protección, y describe a España como tales ciudades.
En la archidiócesis toledana tuvo que afrontar un complicado proceso de reconstrucción espiritual, humana y material para remediar las secuelas del conflicto civil.
Por ejemplo, impulsó la Acción Católica para potenciar la colaboración de los seglares con la Jerarquía.
En este sentido, también defendió la autonomía del apostolado de los laicos frente al autoritarismo estatal y mantuvo polémicas, más allá de su lealtad a Franco, con ministros como José Solís y Fernando María Castiella.
[12] En consonancia con la línea moral sostenida entonces por la Iglesia, desde su posición como arzobispo de Toledo consideró inmoral que la vestimenta femenina no cubriese las rodillas, codos o cuello.
[13] Asimismo afirmó que no llevar medias atentaba «contra la modestia», por lo que las niñas de más de doce años debían llevarlas y los niños no debían mostrar los muslos.