El caballero Carmelo (libro)

Debajo se leía como título lo siguiente: Enseguida figura una dedicatoria colectiva, escrita en latín, y un hermoso poema que el escritor dedica a sus hermanos José, Roberto y Anfiloquio, en donde, extrañamente, vaticina que su muerte antecederá a la de ellos (lo que ocurrió, por desgracia, al año siguiente): En el ñorbo del jardín hicieron un nido los gorriones, De niño yo lloraba siempre, De niño yo tenía miedo de las sombras, De niño yo era alegre como un cabritillo, Vosotros me llevabais en los hombros, Cuando mamá se ausentó, vosotros velabais mi sueño, Éramos siete hermanos, Un día yo me volví triste para siempre, Y un día seréis seis hermanos, Sobre este libro o miscelánea narrativa escribió Luis Alberto Sánchez lo siguiente: Más que un libro, El caballero Carmelo es una miscelánea de cuentos y relatos, encabezados por los llamados cuentos criollos (los cinco primeros), el primero de los cuales da el título a la obra.En total 16 cuentos: En una entrevista que le hizo Antenor Orrego en Trujillo,[2]​ Valdelomar confesó que de todos sus cuentos más le placían dos de ellos: Hebaristo, el sauce que murió de amor y Finis desolatrix veritae.Planeaba entonces reunir todos sus cuentos criollos en un volumen titulado La aldea encantada, y entró en tratativas con la editorial Ollendorf en París, pero dicha intención se frustró.Esta última, según confesión del mismo Valdelomar, lo escribió cuando contaba apenas con 16 años de edad (es decir hacia 1904).Inicialmente el nombre del libro iba a ser Los hijos del Sol, tal como se anunciaba en la Revista Literaria Colónida,[3]​ pero luego optó por el de El caballero Carmelo, en honor a su narración emblemática.Fue en su momento la propuesta de una narrativa localista, provinciana, autóctona, en una literatura peruana que hasta entonces había sido muy elitista y limeña; también, cosa importante que resaltar, aparece por primera vez el niño como protagonista de una narración peruana, que había sido hasta entonces muy adulta; así como la evocación de la vida del hogar, llena de encanto y ternura como solo la fina sensibilidad de un escritor como Valdelomar lo podía hacer.
Abraham Valdelomar, en su casa de Barranco.