[1] Abraham Valdelomar debió tener ya en mente el proyecto del cuento antes de partir a Italia como diplomático en 1913.
La historia se desenvuelve en el puerto de Pisco, en la costa desértica peruana, a fines del siglo XIX.
El circo continuó sus funciones aunque ya no dieron más la acrobacia.
Al noveno día, Abraham ya no la encontró y entonces recordó que el circo estaba a punto de partir.
Corrió entonces hacia el muelle, y llegó justo antes de que los artistas empezaran a embarcarse.
Entre ellos divisó a la tierna artista, que tosía repetidamente; avanzando entre la muchedumbre logró alcanzarla.
La niña lo miró e hizo un esfuerzo para brindarle una última sonrisa, diciéndole "adiós", que él correspondió de igual modo.
Abraham la contempló, moviendo la mano, hasta que la vio perderse definitivamente en el horizonte.
Luego la madre sube a verle y le riñe blandamente, para finalmente perdonarle.
Precedidos por una orquesta de músicos, iban montados en sendos caballos la hermosísima miss Blutner, el musculoso barrista Mester Kendall y la niña trapecista Miss Orquídea, “una bellísima criatura, que sonreía tristemente”.
Pero en esta segunda oportunidad "Miss Orquídea" se suelta del trapecio, cae en la red y rebota repetidamente, golpeándose de mala manera.
Ocho días seguidos repite el ritual de contemplarla a la distancia.
Al noveno día, Abraham ya no la encuentra y entonces recuerda que el circo estaba a punto de partir.
Corre entonces hacia el muelle, y justo llega cuando "Miss Orquídea" se disponía a subir al botecillo que la llevaría al vapor en que se marcha el circo.
A la distancia el pañuelo que "Miss Orquídea" agita despidiéndose semeja un ala rota, una paloma agonizante .
También habría que mencionar a la gente de Pisco, los granujas o chiquillos vagabundos, los ayudantes y trabajadores del circo, etc.
Entre esas características están: Algunos ven en el relato una denuncia contra el abuso de los mayores hacia los menores de edad, ejemplarizado en el caso de la niña trapecista obligada por sus promotores a repetir una peligrosa acrobacia, y cómo un alma pura e inocente como la del niño Abraham descubre entonces en todo su magnitud la maldad humana: “por primera vez comprendí entonces que había hombres muy malos”, dice candorosamente.
Sin duda, ese contraste entre la inocencia infantil y la maldad de algunos hombres en este mundo es lo que hace tan cautivante el relato.