Elaborada a través de una correspondencia con Georges Bataille, la idea en cuestión encuentra una forma original, aún tomando en cuenta las que se conocieron con posterioridad.
Por una parte, conduce al triunfo de un nuevo orden militar y jurídico en Europa, donde cada avance del Gran Ejército lleva a la extensión de la codificación del derecho, e induce la racionalización del mismo; conviene recordar que Napoleón es en esta perspectiva el que realiza el estado de Robespierre y el que por tanto lleva a cabo finalmente la Revolución francesa.
Por otra parte, estos hechos hacen comprender a Hegel que la historia permite la realización de la razón filosófica.
Para Alexandre Kojève, los sucesos posteriores a esta fecha no constituyen nada más que la extensión del fin de la historia al resto del mundo y particularmente fuera de Europa.
Y las guerras mundiales del siglo XX participan en esta lenta difusión de la razón.
Otra concepción hegeliana del fin de la historia es desarrollada por Eric Weil y consiste en afirmar que la negatividad continúa manifestándose en la historia, pero sin afectar la relación de los individuos con la organización racional.
El fin de la historia no significa que no haya más sufrimientos para el individuos, o tragedias para la sociedad, pues ello sería imputable a la irracionalidad natural de los humanos, que hace prevalecer la violencia al discurso.
El fin de la historia presupone epistemológicamente una parada, una detención, una situación no-cíclica ni gobernada por un eterno retorno.
Y para caracterizar tal fenomenología del espíritu, se habla a veces de « Cristología (Christologie) ».
La actualidad de este objetivo significa que no habrá ninguna nueva determinación fundamental.
El fin de la historia es concebido como la relación entre un Estado fuerte, y una sociedad civil libre.