Es uno de los tres géneros principales del teatro occidental junto con la tragedia y la comedia, aunque se originó, en su forma moderna, bastante después que los otros géneros primarios, razón por la que a menudo se le trata como a un subconjunto de la tragedia.
En el caso del teatro español, habitualmente los sucesos dramatizados son variantes de los conflictos entre monarquía, nobleza y pueblo.
Como afirma Francisco Ruiz Ramón, Las obras con alguna conexión con las narraciones históricas datan de los inicios del teatro ateniense.
Además, dramatiza principalmente la reacción persa a la batalla, información que, en el mejor de los casos, habría sido una preocupación secundaria para el historiador griego.
[6] Los primeros dramas históricos españoles importantes surgen a finales del siglo XVI (la Numancia de Cervantes, por ejemplo), aunque hay algunos anteriores; destacan sobre todo los escritos por Lope de Vega, quien se inspiró frecuentemente en Crónicas impresas por diversos historiadores.
La conciencia histórica colectiva común de una patria llamada España derivaba sobre todo del Romancero como fenómeno histórico-poético, según Stephen Gilman.
Los dramas históricos de Rubí poseen siempre un motivo recurrente: el cese o el nombramiento de un primer ministro o ministro universal y la disputa del poder entre dos representantes opuestos, uno honrado, patriota e incorrupto y otro que es todo lo contrario.
El modernista Eduardo Marquina escribió Las hijas del Cid (1908), Doña María la Brava (1809) y En Flandes se ha puesto el sol (1910).
Federico García Lorca dejó su Mariana Pineda (1927); Juan Ignacio Luca de Tena ¿Dónde vas Alfonso XII?
Entre ambos surgió una interesante polémica sobre la naturaleza del drama histórico que el crítico e historiador del teatro español Francisco Ruiz Ramón analizó en estos términos: Han cultivado también el drama histórico en el siglo XX en España de forma asidua Carmen Resino, Concha Romero, Antonio Gala, Rodríguez Méndez y Martín Recuerda.