Santiago aspiraba a ocupar ese lugar como sede apostólica y centro de la cristiandad jacobea.
Parece que se vio envuelto en el levantamiento del líder de la nobleza gallega Rodrigo Ovéquiz.
Depuesto en el Concilio de Husillos (1088) fue encarcelado y vejado por el rey Alfonso.
El papa Urbano II tomó cartas en el asunto y reprobó la actuación del rey Alfonso VI, declarando nula la elección del abad de Cardeña, nombrado sin su consentimiento.
Sin embargo, tras las comunicaciones entre el papa y Alfonso VI, Urbano II confirmó la sentencia, dejando a Peláez sin su diócesis, pero sin quitarle la dignidad de obispo.
[3] Este mismo año se nombraría al cluniacense francés Dalmacio obispo de Iria y Compostela.