Diego García de Paredes (1468-1533)

Fue el soldado español más famoso de la época, admirado por sus contemporáneos como prototipo del valor, la fuerza y la gloria militar.En los primeros años de su infancia «criose al estruendo de las armas que veía ejercitar a su padre»,[2]​ infundiendo este ejercicio «tanta afición en el noble joven y tantos brios en las fuerzas, que con la edad cada día crecían»,[2]​ destacando desde sus inicios, pues se dice que «en sus tiernos años vencía a todos los de su edad».Diego no quería llevar esta vida deshonrosa para un hidalgo, y decidió darse a conocer a un pariente suyo en la Curia Romana, el cardenal Bernardino de Carvajal, quien mejoró notablemente su situación social.Roma, convulsionada entonces por las profecías apocalípticas del monje Girolamo Savonarola, hervía de siniestros rumores, miedos y murmuraciones.Diego fue uno de los españoles que durante esas fechas estuvieron con los ánimos encendidos, prestos a empuñar sus enormes mandobles, buscando a los culpables de un crimen que ha quedado para siempre en el misterio.[10]​ Tras este éxito particular, el Papa nombró a Diego guardaespaldas en su escolta personal.El duelo se celebró en Roma y acabó con la victoria de Diego, que no tuvo piedad y cortó la cabeza a su enemigo a pesar de sus súplicas, «no queriendo entenderle que se rendía».Sin embargo, Diego García logró fugarse, robando una alabarda y abatiendo a todos los guardias que intentaron detenerle, y se pasó al bando del propio duque, ayudándole a conservar sus posesiones.[8]​ García mostró entonces sus dotes estratégicas con el duque al aconsejarle que mantuviese el campamento enemigo en guardia constante, obligándoles así a pedir refuerzos a los venecianos, para entonces García interceptar a los mensajeros, tomar mil hombres y acercarse haciéndose pasar por los refuerzos solicitados, de forma que se le permitió entrar como amigo en el campamento y una vez allí les derrotó fácilmente.Cuando los propios venecianos se aproximaron sin saber lo que había ocurrido, García les tendió una celada masiva con arcabuceros y acabó también con ellos.Setecientos jenízaros defendían aquella fortaleza situada sobre una roca de áspera y difícil subida.Los turcos tenían entre sus armas ofensivas una máquina provista de garfios que los españoles llamaban «lobos», con los cuales aferraban a los soldados por la armadura y levantándolos en alto los estrellaban dejándolos caer, o bien, los atraían hacia la muralla para matarlos o cautivarlos.[3]​[11]​ Conservando espada y rodela, puso pie sobre las almenas, y una vez abierto el artefacto quedó en libertad de acción para comenzar una lucha que parece increíble y es, sin embargo, completamente cierta: con una violencia desenfrenada empezó a matar a los turcos que se acercaban para derribarle, y ni la partida encargada de dar muerte a los prisioneros ni los refuerzos que llegaron pudieron rendirle; refuerzos y más refuerzos vinieron contra él, estrellándose ante la resistencia del hombre de energías asombrosas, a quien «parecía que le aumentaba las fuerzas la dificultad».García, blandiendo con rapidez y furia el descomunal acero, se abalanzó en solitario sobre sus enemigos y comenzó una espantosa matanza entre los franceses, que solamente podían acometerle mano a mano por la estrechez del paso, ahora repleto de cadáveres, incapaces de abatir al infatigable luchador español, firme e irreducible, sin dar un paso atrás ante la avalancha francesa.Las palabras del Gran Capitán le quemaban, generando en él esta locura heroica: «Con la espada de dos manos que tenía se metió entre ellos, y peleando como un bravo león, empezó de hacer tales pruebas de su persona, que nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor y Julio César, Alejandro Magno ni otros antiguos valerosos capitanes, pareciendo verdaderamente otro Horacio en su denuedo y animosidad».[14]​ Ni franceses ni españoles daban crédito a sus ojos, comprobando como García de Paredes se enfrentaba en solitario al ejército enemigo, manejando con ambas manos su enorme montante y haciendo grandes destrozos entre los franceses, que se amontonaban y se empujaban unos a otros para atacarle, pero «como Diego García de Paredes estuviese tan encendido en ira...tenía voluntad de pasar el puente, a pelear de la otra parte con todo el campo francés, no mirando como toda la gente suya se retiraba, quedó él solo en el puente como valeroso capitán peleando con todo el cuerpo de franceses, pugnando con todo su poder de pasar adelante».[11]​ Acudieron algunos refuerzos españoles a sostenerle en aquel empeño irracional y se entabló una sangrienta escaramuza.En este punto, y con la noche encima, los franceses solicitaron detener la disputa, dando a los españoles por «buenos caballeros».A la mayoría de los españoles les pareció conveniente, igualmente fatigados por la interminable contienda y satisfechos al dejar su honor a salvo, ya que habían llevado la mejor parte durante la lucha y habían obtenido el reconocimiento del contrario.[11]​ El rey permaneció unos instantes en silencio, dando lugar a que los difamadores dieran un paso al frente y defendieran su honor desmintiendo las acusaciones de Paredes.Después de concluir sus oraciones, el monarca se acercó a Paredes y colocando sus manos sobre los hombros de Diego, le dijo: «Bien se yo que donde vos estuviéredes y el Gran Capitán, vuestro señor, que tendré yo seguras las espaldas.En 1507, para satisfacer a los nobles, Fernando el Católico le despojó del marquesado de Colonnetta.Regresó a Italia, incorporándose nuevamente al ejército del Emperador, y defendió heroicamente Verona, desahuciada por las fuerzas Imperiales.Fue capturado más tarde en una multitudinaria emboscada en la que recibió no menos de tres heridas de arcabuz, pero al ser conducido por un puente, García se arrojó al agua con los cuatro caballeros que eran necesarios para asirle, ahogándose ellos y escapando él a nado, y pudo recorrer a pie las seis millas que le separaban del campamento aliado de los Colonna.García, cuya fuerza le permitía manejar su maza sin ninguna dificultad, ignoró la herida y aporreó al francés en la cabeza, matándolo en el acto.Durante su funeral en Bolonia, los soldados «le llevaron en hombros de todos, deseando cada uno hacerle estatuas con su imitación».Carlos V, privilegio concedido en 1530 a Diego García de Paredes alabando sus hazañas:En este proceso de exaltación del héroe, las hazañas que tenemos sobre Paredes se caracterizan por mezclar realidad y fantasía, pues la figura de este trujillano pertenece tanto a la historia como a la tradición escrita y oral.«Increíbles parecerían los hechos de este capitán, verdadero tipo del soldado español, fuerte en la batalla, áspero en su trato, desdeñoso con los cortesanos, si no estuviesen consignados en las crónicas é historias de aquella época».[42]​ Su sepulcro de Santa María la Mayor, en Trujillo, tiene un largo epitafio en latín,[43]​ grabado en letras capitales, cuya traducción es la siguiente:
Retrato de Diego García de Paredes, grabado de Tomás López Enguídanos , 1791, a partir de un dibujo de José Maea .