Pero ni este artículo ni el siguiente (artículo 62), que velaba por los derechos religiosos, civiles y políticos así como el acceso a los empleos públicos y los honores, fueron garantizados por las naciones firmantes según establecía el derecho internacional de la época.[2] Sin embargo, estas reivindicaciones y la represión desatada contra los armenios, fundamentalmente durante la última década del siglo XIX, no motivaron más acción entre los estados europeos que declaraciones de condena, que en nada modificaron la política interna en el país.La responsabilidad moral de las potencias extranjeras, fruto de sus intereses particulares sobre el espacio otomano, fue tan grave y criminal que el propio Lloyd George, primer ministro Británico entre 1916 y 1922, llegó a reconocer su complicidad con la brutal política seguida contra los armenios.En consecuencia su política se orientó hacia maquinaciones y maniobras diplomáticas que fueron en esa dirección.Por su parte el Imperio austrohúngaro, con una organización muy próxima al otomano y contando con una población multiétnica que también enfrentaba conflictos interminables con respecto a las nacionalidades, apostó por la conservación del Imperio Otomano, pues su desintegración podía ser contagiosa para su territorio.Austria, como Rusia, se oponían a medidas coactivas contra el Sultán, pues esperaban el momento oportuno para apoderarse de los territorios otomanos.La cultura y la influencia francesa se habían convertido en predominantes a lo largo de todo el Imperio.Por todo ello, Francia deseaba a toda costa mantener ese estatus y mostraba su más franca oposición a cualquier tentativa de cambio que perjudicara sus intereses, cambiara o corrigiera el sistema otomano.El artífice de esta reunificación, Otto von Bismarck, también sentó las bases para la política alemana con respecto a la Cuestión Oriental.En consecuencia no había necesidad de intervenir en el conflicto, ni siquiera, por razones humanitarias.[2] Estos testimonios chocaron con las declaraciones que Bismarck había pronunciado durante la Guerra Ruso-Turca (1877-1878) cuando condenó "las atrocidades odiosas cometidas por los turcos contra personas vulnerables y sin defensas.Por todo ello, se puede concluir que la aprobación alemana durante la primera Guerra Mundial no fue más que la prolongación de la actitud mantenida durante el periodo de Abdul Hamid II, desempeñando un papel esencial en el genocidio, y dando su aval al crimen perpetrado.