[1] El escritor y especialista británico L. P. Hartley describía este tipo de narración como «la forma más exigente del arte literario».
[5] Aunque no se circunscriben a la órbita anglosajona, los representantes más destacados de la modalidad son autores en lengua inglesa de la época victoriana, como M. R. James, Algernon Blackwood, Joseph Sheridan Le Fanu, Henry James, Charles Dickens, Edith Wharton, etc.
[8] Más técnicamente, según el escritor del género y crítico estadounidense Darrell Schweitzer, el fantasma puede aparecer por sí mismo o ser convocado por arte de magia.
Vinculada con el fantasma está la idea del "encantamiento", es decir, la creencia de que una entidad sobrenatural se halla estrechamente relacionada con un lugar, objeto o persona determinados.
Tanto si los sepultamos y aislamos como si dispersamos sus cenizas, permanecen en forma de fantasmas en nuestra memoria y, enfrentados con su constante presencia, no tenemos más remedio que aprender a vivir con ellos.
Estrictamente hablando, según el Diccionario Oxford, un fantasma (ghost) es «el alma de una persona fallecida [...] que se aparece a los vivos», pero tanto en el folclore como en las narraciones se admiten otros significados no tan precisos.
Y, lo más importante, todo fantasma, sea humano, animal o cadáver reanimado, debe estar indiscutiblemente muerto».
Esto permite también los más llamativos efectos del encantamiento, lo misterioso y el retorno de lo reprimido».
La culminación inaudita, el alarido repentino, el imprevisto lance final de la trama nos devuelven con un grito sofocado al mundo "real".
Por eso la comedia no es ajena a los cuentos de fantasmas, sino casi esencial.
Muchos autores contemporáneos continúan inspirándose en esta fuente popular y folklórica, aunque, no obstante, les presten el hálito de su propia genialidad.
[17] En el contexto religioso, en el Antiguo Testamento, por ejemplo, se menciona a la Bruja de Endor invocando al espíritu del profeta Samuel.
[1] Los fantasmas ocuparon un lugar destacado en las baladas británicas de los siglos XVI y XVII, particularmente en las llamadas Border Ballads (Baladas de la frontera), que se registraron en la turbulenta zona fronteriza entre Inglaterra y Escocia.
Muy conocidas son "The Unquiet Grave", "The Wife of Usher's Well" y "Sweet William's Ghost", que cuentan con el tema recurrente del regreso de la tumba de amantes o niños muertos trágicamente.
[19] Según Antonio Ballesteros, «es desde mediados del siglo XVII y hasta finales del XVIII cuando, coincidiendo con el auge progresivo de los postulados racionalistas, los fantasmas desaparecen del imaginario de lo que podríamos llamar "cultura oficial"», y su presencia se hace cada vez más escasa y difusa, «viéndose restringida su manifestación al folclore, las baladas, la tradición oral, e incluso las supersticiones, formas todas ellas rescatadas luego por autores como Walter Scott».
[1] Otros escritores góticos que prodigaron espectros fueron Clara Reeve, William Beckford, Ann Radcliffe, Matthew Lewis, y el autor con el que dicha corriente alcanzó su culmen y remate, Charles Maturin.
[21] Rafael Llopis, quien se apoya en G. M. Tracy, refiriéndose exactamente al cuento de fantasmas genuino,[22] afina más el periodo, situándolo entre 1898 y los dos primeros decenios del siglo XX.
Libros de cuentos de este autor, inspirados en la tradición gótica, como In a Glass Darkly (1872) y The Purcell Papers (1880), ayudaron a popularizar el formato del cuento como medio para la ficción fantasmal.
[27] Autores asimismo destacados en el ámbito anglosajón fueron, entre otros, Edward Bulwer-Lytton, Margaret Oliphant, Hugh Walpole, E. F. Benson y L. P. Hartley.
Introduzcamos, a continuación, a los personajes de manera plácida; veamos cómo les va en sus asuntos ordinarios, presentémoslos satisfechos con su entorno, sin que les molesten los presentimientos, y en este ambiente de calma dejemos que el ente siniestro asome la cabeza, discretamente al principio, y luego con más insistencia, hasta apoderarse de la escena».
También señaló: «Otro requisito, en mi opinión, es que el fantasma debe ser malévolo u odioso: las apariciones amables y serviciales están bien en los cuentos de hadas o en las leyendas locales, pero para mí carecen de utilidad en una ficción fantasmal».
[32] Otros escritores del género actuales son el angloirlandés Jonathan Aycliffe (Denis MacEoin), que ha escrito varias novelas, y la inglesa Susan Hill.
[33] En sus historias "Die heilige Cäcilie oder die Gewalt der Musik" y "Das Bettelweib von Locarno" (["Santa Cecilia o el poder de la música" y "La mendiga de Locarno"], el poeta Heinrich von Kleist cultivó asimismo el género.
[34] Los románticos franceses Charles Nodier, Théophile Gautier y Prosper Mérimée inauguraron en su país el relato espectral, cada uno con características propias.
El belga Jean Ray, ya en 1947, publicó Le livre des fantômes (El libro de los fantasmas).
Muy influidos por ejemplos británicos y alemanes como los que acaban de citarse, los escritores estadounidenses comenzaron a producir, a principios del siglo XIX, sus propias historias de fantasmas.
[35] Shirley Jackson hizo una importante contribución a la modalidad con su novela The Haunting of Hill House.
[1][36] Para Stephen King, esta obra constituye «el relato de casas encantadas más cercano a la perfección que he leído jamás».
[38] España es tradicionalmente país poco proclive al género fantástico; son sin embargo destacables, en el siglo XIX, autores como el romántico tardío Gustavo Adolfo Bécquer ("El rayo de luna", "La leyenda del beso", "Maese Pérez el organista", "El miserere", "Los ojos verdes", "El monte de las ánimas", "La promesa"...) y Pedro Antonio de Alarcón, escritor ya perteneciente al realismo, con el excelente relato "La mujer alta".
Joseph Sheridan Le Fanu: "El fantasma de madame Crowl", "La casa junto al cementerio", "La habitación del dragón volador".