Crítica y verdad (título original: Critique et verité) es un ensayo del semiólogo francés Roland Barthes escrito en 1966, cuyo tema fundamental es qué se entiende por crítica literaria y cómo la misma ha de ejecutarse.
Se ha observado que la polémica tenía otro fondo (una disputa institucional, entre La Sorbona y la École Pratique des Hautes Études).
En este tenor Barthes denuncia otro ataque que la vieja crítica hace, esta vez al psicoanálisis.
Allí es donde ve un maniqueísmo en "lo bajo del cuerpo", al considerárselo como primitivo y censurable.
El psicoanálisis, entiende Barthes, puede ser discutible, sobre todo por razones psicoanalíticas: "Es una petición de principio atribuir un valor superior al 'pensamiento consciente'".
[1] Actúa, dice Barthes, como un partido conservador que consiste en "no modificar en nada la separación y la distribución de los léxicos".
Esos mandatos de la vieja crítica (claridad, gusto, objetividad) tienen una conformación histórica, una genealogía.
[1] Así, el accionar de la vieja crítica es filológico (fija el sentido literal), mientras que el del lingüista instituye las ambigüedades.
"La obra es para nosotros sin contingencia, y ello es quizá lo que mejor la define"[1] (es decir es reticente a la "situación", aun cuando le es imposible).
Este segundo sentido se acerca a una "ciencia de la literatura" (que concordaría con la obra misma), y por lo cual la crítica en tanto tal siempre resultará fallida.
Su tarea es observar una gramaticalidad, una aceptabilidad —aquí Barthes sigue a Chomsky— de las obras literarias.
La ciencia de literatura que promueve Barthes es virtual porque siempre será fallida.
Ese plano de significantes descontados, es decir omitidos por la estructura, esos datos raros, "menos notables", son anotables todavía gracias a la semántica ya que en esos significantes raros fue donde nació el imaginario propio de la obra (diferente al imaginiario colectivo).
Ese significante descontado, dato raro, marca excepcional, sí corresponde a la lógica simbólica.
El psicoanálisis y la retórica, sin embargo, se han encargado de mostrar su movimiento, su accionar: son la elipsis, la metáfora, la antifrase (denegación).
Otra acusación a la nueva crítica es la de "delirar" (evocar): "en crítica no es el objeto el que hay que oponer al sujeto, sino su predicado"[1] esto es: prestar atención al individuo en su relación con el mundo simbólico y no tanto con un mundo imaginario (letra).
Así la objetividad promovida por la vieja crítica encerraría la idea de mensaje oculto y en cambio el crítico ha de recrear las metáforas del autor u obra porque toda metáfora es "un signo sin fondo".
[1] La mejor crítica ha de verse como inacabada porque ve en la obra la novedad que no puede hallar en otros códigos.
De las cuatro figuras en torno al libro en la Edad Media (scriptor, copia texto; compilator, elige texto; commentator, hace inteligible y nada más; y el auctor, escribe basándose en autoridades), el crítico es, para Barthes, el tercero, es decir un commentator (en el segundo ya empieza la alteración textual, citacionalmente).