La postura de Picard se puede resumir en la siguiente declaración: “Basándose en particular en las certezas del lenguaje, la coherencia psicológica y los requerimientos estructurales del género, el investigador paciente y modesto logra establecer hechos indiscutibles que en alguna medida determinan zonas de objetividad (es desde éstas que puede –con sumo cuidado– aventurar interpretaciones)”.
Barthes sostiene que la cuestión principal es la resistencia de la crítica académica a aceptar la naturaleza simbólica del lenguaje, particularmente la ambigüedad y la connotación”.
En una declaración donde recuerda estos momentos, Barthes dijo lo siguiente: “Hubo una época en Francia en que la teoría era necesaria.
[6] La primera parte del ensayo la dedica Barthes a establecer los conceptos teóricos que después utilizará para clasificar la historia de la escritura literaria en Francia.
La palabra, por otro lado, cobra su significado en la sucesión, en su movimiento de signos vacíos, y su intención es solamente comunicar.
Pero esta elección y esta libertad del escritor se desvanecen en su duración, ya que el eco de escrituras pasadas e incluso del pasado de su propia escritura comienzan a hacer resonancia.
Las llamadas escrituras intelectuales, las de los militantes políticos, representan más que la posición del escritor (o mejor dicho “escribiente”[9]) a toda una colectividad.
Estas escrituras nacen también como un compromiso social, pero la autonomía de su forma es más grande en tanto que reciben una firma que borra la historia de la conversión del escribiente a ese compromiso y representa a la colectividad.
Si, como vimos, la escritura literaria no puede ser reducida a la lengua en la cual se escribe, ni tampoco puede ser simplificada a la noción individual de estilo, entonces la escritura literaria debe de tener y construir sus propias características, sus “marcas”.
Como dice Barthes, “ésta [la literatura] también debe señalar algo distinto de su contenido y de su forma individual, y que es su propio cerco, aquello por lo que se impone como Literatura”.
[10] Estas “marcas” que, según Barthes, sirven para designar e identificar a ciertos textos como literarios las llama “convención-tipo”.
), se correspondía con una ideología burguesa para la cual el mundo era algo coherente, donde todo podía ser ordenado y cohesionado por una voz narrativa dominante.
En palabras de Barthes, “la tercera persona, como el pretérito indefinido, cumplen con esa función y dan al consumidor la seguridad de una fabulación creíble y, sin embargo, manifestada incesantemente como falsa”.
[14] Si bien es cierto que la novela ha experimentado y trabajado desde hace mucho con tiempos y voces narrativas diversas, esto solo puede ser comprendido a la luz de las convenciones a las cuales están desafiando (los ejemplos de Barthes) y terminan por convertirse, a su vez, en nuevas convenciones de la institución literaria con una postura particular frente al mundo.
Por un lado, una poesía clásica en la que lo poético se entiende convencionalmente como ornamento de una lengua clara y sin ambigüedad (ver más abajo 3.1.)
“En efecto, mientras la lengua duda de su estructura misma, toda moral del lenguaje es imposible”.
[15] La escritura clásica nace en el siglo XVII con la pre-burguesía, un grupo cercano al poder.
Barthes señala que la problemática del lenguaje durante el periodo de la escritura clásica se limitaba a la retórica (ya que la escritura clásica era ante todo instrumental, la forma al servicio del fondo, y ornamental, decoración exterior con elementos de la tradición), es decir al orden del discurso con fines persuasivos, y no al sentido de las escrituras.
[16] Escritores como Flaubert, Valéry, Gautier e incluso Gide, entonces, comienzan a trabajar arduamente la forma y el lenguaje y, así, se empieza a valorar la literatura por el trabajo artesanal que cuesta hacerla.
Estos escritores, entonces, pasan “a transformar la escritura dada por la Historia en un arte, es decir en una convención clara, en un pacto sincero que permita al hombre ocupar una situación familiar en una naturaleza todavía confusa”.
Al abolir las relaciones que en la poesía clásica conducen a transmitir una intención fuera del lenguaje, la poesía moderna hace significar cada palabra, invierte, incluso, las relaciones del pensamiento y el lenguaje: ahora este no es medio de transmisión sino que es fin de significación: el pensamiento surge con el lenguaje.
Una forma así, ausente, transparente, refleja mejor el pensamiento del escritor en toda su responsabilidad; de esta forma, la escritura neutra conserva la característica de instrumentalidad del arte clásico, solo que ahora ya no sirve a una ideología triunfante, ya que vacía la forma (que es la portadora de historia e ideología).