La cuestión lingüística en Bélgica, también llamada conflicto flamenco-valón es el término utilizado para describir la disputa entre los habitantes neerlandófonos y francófonos del Reino de los Belgas, que se ha prolongado desde el siglo XIX.
Bélgica se caracteriza por una fuerte cuestión comunitaria ligada a tales tensiones lingüísticas y culturales, pero también sociales, económicas e ideológicas.
En el siglo XIX, la única lengua oficial reconocida por Bélgica era el francés, que entonces era hablado por una minoría acomodada de la población; en Flandes, la mayoría de la población hablaba dialectos neerlandeses (flamenco, brabantino, limburgués), y en Valonia los patois valón y picardo.
La década de 1970 fue también un periodo en el que los distintos partidos belgas empezaron a dividirse entre sus alas francófonas y flamencas, hasta el punto de que en la actualidad apenas hay partidos nacionales en Bélgica.
Entre los años 1815 y 1830, todo el actual Estado Belga formaba parte del Reino Unido de los Países Bajos.
Tras las revueltas se estableció un Gobierno de carácter provisional que declaró a Bélgica como estado soberano.
El neerlandés -que contaba con un 55-57% de hablantes flamencos- era considerado una lengua primitiva e indigna por las mismas élites flamencas; viéndose, además, claramente desfavorecido por el clero católico, que lo percibía como un peligroso difusor de las ideas derivadas del protestantismo calvinista, cuyo arraigo en los Países Bajos les causaba temor.
[9] Aún quedaba pendiente que la lengua neerlandesa tuviera cabida en la universidad: las cuatro universidades del país impartían sus clases en lengua francesa[12] y hasta la invasión alemana de Bélgica, durante la Primera Guerra Mundial, no fue posible instruirse en neerlandés.
[14] Quizá el flamenco francófono más destacado, que se opuso ferozmente fue Maurice Maeterlinck (premio Nobel de Literatura en 1911).
Los valones no quisieron aceptar el bilingüismo en la totalidad del Estado belga -del cual los flamencos eran partidarios-, pues temían que en un estado bilingüe los flamencos estuvieran aventajados para poder ocupar puestos institucionales, al poseer sus vecinos del norte un mayor conocimiento de ambas lenguas.
[17][9] El consenso alcanzado para estas facilitaciones lingüísticas no fue fácil para su ciudadanía: en la periferia de Bruselas, los flamencos tuvieron que aceptar el francés en una ciudad que por historia consideraban suya; y los francófonos tuvieron que aceptar que la capital belga fuera oficialmente bilingüe (a pesar de contar con una muy minoritaria población neerlandófona), rodeada del monolíngüe Flandes y separada tan solo por 3,5 km de la monolingüe Valonia (a través de Sint-Genesius-Rode).
Con respecto a los Fourons es importante insistir en un incidente acaecido en 1986, en donde José Happart, alcalde elegido por un grupillo de 5 aldeas que constaban con 5.000 habitantes, donde más del 60% era francófona, fue obligado a dimitir por el consejo de estado por no hablar ni escribir en neerlandés.
Finalmente se decidió que los electores de estos municipios podrían elegir entre votar a listas locales o de Bruselas (hasta entonces podían votar a ambos) pero el distrito no se escindirá para las complicadas elecciones al Senado belga.