Cayo Hostilio Mancino

Independientemente del pésimo precedente, con él empeoró aún más la situación, ya que cayó derrotado en todos los combates contra los rebeldes.

Un día los numantinos salieron de su ciudad y rodearon el campamento romano, por lo que Mancino tuvo que acordar un tratado muy desfavorable para los intereses romanos - que podría haber sido mucho peor de no estar presente su cuestor Tiberio Graco[1]​ - para salvar la vida de los veinte mil soldados a sus órdenes.

Escipión Emiliano salvó a Graco y a otros militares de acabar como el comandante, al que los senadores enviaron a Numancia del mismo modo que tras la derrota de las Horcas Caudinas (321 a. C.) los veinte comandantes responsables del desastre acabaron en manos de los samnitas.

[3]​ A su regreso a Roma tomó su asiento en el Senado, pero fue expulsado violentamente por el tribuno de la plebe Publio Rutilio con la excusa de que Mancino había perdido la ciudadanía al ser entregado a Numancia,[4]​ pero como la entrega no había tenido lugar surgió un conflicto jurídico; en general se consideró que había perdido al menos sus derechos civiles, pero debieron serle retornados posteriormente, ya que se sabe que después fue elegido pretor de acuerdo a lo que señala Aurelio Víctor.

[5]​ Su desastrosa campaña en territorio hispano llevó a que Plutarco le describiera como un: