Tenía solo seis años cuando su padre fue derrotado y fusilado por Andrés de Santa Cruz, tras una sangrienta guerra.
Así fueron pasando los primeros años de su juventud, entre las alternativas del servicio y los pronunciamientos militares.
Parece que en aquellos años se entregó a la lectura furtiva de Víctor Hugo y Heinrich Heine, naciendo así su decidida vocación por las letras.
El diario en prosa escrito por Salaverry para registrar las incidencias de su idilio con Ismena se convirtió después, transpuesto al verso, en su mejor obra: Cartas a un ángel.
Por esos años estrenó también sus primeros dramas que obtuvieron resonantes éxitos: Arturo, Atahualpa o la conquista del Perú, Abel o el pescador americano y El bello ideal (1857), cada uno de ellos en cuatro actos y en verso.
Tenía ya el grado de sargento mayor cuando inició su participación en la política peruana, como secretario del entonces coronel Mariano Ignacio Prado, durante la revolución que éste inició en Arequipa contra el gobierno de Juan Antonio Pezet, a propósito del incidente con España (1865).
Luego secundó la revolución encabezada por el coronel José Balta contra la dictadura de Prado en 1867.
Antes, ya había publicado la primera edición de su poemario Diamantes y perlas (Lima, 1869).
Durante seis años sobrellevó una vida angustiosa en Francia, llegando al extremo de pensar en el suicidio como única salida a sus problemas conyugales y amatorios.
Pero al año siguiente estalló la guerra con Chile, y el poeta tuvo que cumplir con la patria.
[2] Salaverry abarcó géneros diversos, aunque lo más valioso de su producción es su obra lírica, que destaca por su musicalidad, su sensibilidad y fuerza sentimental, especialmente cuando expresa emociones sinceras que nacen de su espíritu interior.
Salaverry escribió, según afirman los tratadistas, aproximadamente una veintena de piezas teatrales, que fueron estrenadas en Lima (y una en el Callao).
Salaverry, después de Manuel Ascencio Segura, fue en su momento el más aplaudido autor teatral del Perú.
Su dolor viene cargado de un filosofismo fatalista: El crítico Antonio Cornejo Polar interpreta así su poesía: