Varios estudiosos se han dedicado a reconstruir estas prácticas, tratando de decodificar sus influencias, como Renato Cárdenas y Gonzalo Rojas Flores.
A la llegada de los españoles, Chiloé estaba habitado por chonos, cuncos y huilliches, todos ellos con diferentes creencias religiosas.
Estos pueblos adoptaron el catolicismo llevado por los españoles, pero no dejaron completamente de lado sus propios ritos.
Quienes poseían estos conocimientos eran evitados e incluso temidos por sus vecinos, que les atribuían grandes poderes y tratos con el Diablo.
A veces, ellos mismos se atribuían estos poderes para sacar provecho de la situación.
Pero aparte de calificar como tales a quienes tienen conocimientos en medicina natural o creencias en la magia, el apelativo se usa como un recurso para menoscabar la reputación de las personas, sobre todo cuando son pobres, indígenas o ancianos.
Un hecho curioso es que cuando en la Escuela de Quicaví se organizó una consulta entre los niños para ponerle un nombre, ellos decidieron bautizarla "Aquelarre".
Luego hay que llamar en voz alta al Diablo para poder de este modo borrar el sacramento.
Generalmente se trata de asesinar a un pariente amado y debe ejecutarse un día martes en la noche.
Posteriormente, durante una noche obscura, debe dar tres vueltas completas alrededor de las islas, yendo desnudo y gritando un llamado al Diablo.
Sus orígenes se remontan a la Colonia, cuando el piloto José de Moraleda visitó Chiloé para levantar cartografía.
Según la tradición, la Cueva tenía su entrada en una quebrada y estaba vigilada por un ser deforme, el Invunche.
Colgada al pecho llevan una lámpara de aceite humano que despide una luz verdosa.