En el auto de fe celebrado en esa ciudad los días 7 y 8 de noviembre de 1610, dieciocho personas fueron reconciliadas porque confesaron sus culpas y apelaron a la misericordia del tribunal, pero las seis que se resistieron fueron quemadas vivas y cinco en efigie porque ya habían muerto.
Además tuvo que valerse de traductores, pues no comprendía el euskera, y como ha señalado Caro Baroja: "A veces transcribe mal los nombres", y de algunas palabras en vasco "parece no haber entendido el significado en una declaración amplia".
A principios del siglo XVII Zugarramurdi era una pequeña aldea de la montaña navarra colindante con el país de Labort en el país vasco francés.
Su parroquia dependía del monasterio premonstratense de Urdax, en el que vivían entre frailes y criados unas cien personas.
En Zugarramurdi empezó a contar sus experiencias y en una ocasión dijo que había visto en uno de los akelarres a María de Jureteguía, vecina del pueblo.
Finalmente todos ellos, siete mujeres y tres hombres, acabaron haciendo una confesión pública en la iglesia parroquial.
Fueron encarceladas en la prisión secreta de la Inquisición de Logroño y, contando con un intérprete, las sometieron a un duro interrogatorio hasta que las cuatro confesaron que eran brujas.
Como ha señalado Carmelo Lisón, "el grupito debió causar sensación en Logroño; llegaban unos montañeses con raro atuendo, hablando una lengua ininteligible, cansados y maltrechos y para mayor extrañeza ¡llamaban a las puertas de la temida Inquisición!".
[9] Cuando se presentaron ante el tribunal afirmaron que acudían a pedir justicia porque no eran brujos y si lo habían confesado al vicario de Zugarramurdi "era porque los apretaron y amenazaron mucho si no los decían".
[12] El inquisidor, cuyo nombre era Juan Valle Alvarado, según Caro Baroja, "pasó varios meses en Zugarramurdi y recogió muchas denuncias, según las cuales quedaban inculpadas hasta cerca de trescientas personas por delitos de brujería, dejando aparte los niños.
[10] Valle se había dirigido en primer lugar al monasterio de Urdax, donde fue recibido con toda solemnidad por el abad, quien le confirmó que la zona estaba infestada de brujas y que la gente solía gritar ¡sorgiñak, sorgiñak!
[14] En la relación de Mongastón, el "prado del Cabrón" (o akelarre en euskera) donde supuestamente se reunían los brujos de Zugarramurdi, se situaba, según Caro Baroja, "al lado de una cueva o túnel subterráneo de grandes proporciones, verdadera catedral para un culto satánico o pagano simplemente, que está cruzado por el río o arroyo del Infierno, Infernukoerreka, y que tiene una parte donde es tradición que solía estar el trono del Diablo".
[15] Así resume el acto del aquelarre Joseph Pérez:[16]
La relación también cuenta horrendos casos de vampirismo, relacionados sobre todo con niños, que eran sacados de sus casas por los brujos y brujas por orden del Demonio.
Tras la celebración del auto de fe en noviembre del año siguiente, el inquisidor Salazar dudó también de la culpabilidad del resto y, tras una revisión a fondo del caso ordenada por el Consejo de la Suprema Inquisición, que incluyó una investigación exhaustiva en el escenario de los hechos interrogando a los supuestos brujos y brujas que habían sido reconciliados y a testigos, se arrepintió completamente de la sentencia que él también había firmado al considerar que se había cometido una "terrible injusticia".
[21] Salazar escribió al Consejo de la Suprema Inquisición lo siguiente[22]
[30] Una vez aposentados en el cadalso los acusados y enfrente los inquisidores, con el estado eclesiástico a su derecha y las autoridades civiles a su izquierda, un inquisidor dominico predicó el sermón y a continuación comenzó la lectura de las sentencias por los secretarios inquisitoriales.
Dieciocho personas fueron reconciliadas porque confesaron sus culpas y apelaron a la misericordia del tribunal.
[4] El antropólogo español Carmelo Lisón Tolosana considera que la sentencia fue "más bien benigna.
Sólo seis y por mantenerse en su herejía, más la «notoria» María de Zoraya, fueron sentenciados al supremo sacrificio, lo que también, aunque hoy no lo aprobemos, era normal y aún peor en aquellos siglos si comparamos estos castigos con los impuestos en Europa occidental.
Por su parte el hispanista francés Joseph Pérez afirma: "Si lo comparamos con los centenares de ejecuciones que se producen al mismo tiempo en territorio francés, al otro lado de los Pirineos, este veredicto puede parecer clemente.
Finalmente Valencia aconsejaba: "Búsquese siempre en los hechos cuerpo manifiesto de delito conforme a derecho, y no se vaya a probar casso muerte ni daño que no ha acontecido".
Para apoyar su interpretación del aquelarre recurre a la comparación con las bacanales de la Antigua Roma, concluyendo: "Todo mi sentimiento y afecto se inclina a entender que aquéllas hayan sido y sean juntas de hombres y mujeres que tienen por fin el que han tenido y tendrán todos los tales en todos los siglos, que es torpeza carnal".
Fue el caso de muchos niños que admitieron haber mentido.
Los casos se presentan con una abundancia abrumadora" (y "no sale dello cosa comprovada", según Salazar).
Guiado por las orientaciones de la Suprema, recoge 'in situ', como el antropólogo, información empírico-substantiva.