Los hebreos lo hacían postrándose a los pies del príncipe unas veces, arrodillándose otras no más e inclinando siempre la cabeza al mismo tiempo.
Y con esta acción se ha acostumbrado expresar de tiempo inmemorial la veneración o respeto hacia alguna cosa o persona, uso que es todavía general en Oriente y que entre nosotros es muy común.
Estos lo hacían por conducto del Gran Visir o Primer ministro, cuya costumbre fue variando desde que volvió el Sultán a hablar directamente a los diplomáticos, en tiempo del embajador francés M. de Vergennes.
En este país, lo mismo que en algunos puntos de Italia, al encontrarse con una señora conocida la etiqueta exigía que se la tomara la mano con respeto y se la besara, en respuesta, la señora solía corresponder con una pequeña inclinación de cuerpo y un beso en el carrillo o a lo menos el ademán de darlo.
Durante la Misa Tridentina, los monaguillos o clérigos de clase baja suelen besar la mano derecha del celebrante cuando le ofrecen un objeto.
[2] En el Portugal monárquico, la ceremonia del besamanos (en portugués: beija-mão) databa de la Edad Media.
Un monarca que la practicó con particular predilección fue don Juan VI, tanto en Lisboa como en su exilio en Brasil.