Las tropas paraguayas no se limitaron a esperar el avance de sus enemigos: en partidas de 200 hombres o más, realizaban continuos ataques a las costas correntinas.
Estas operaciones no producían otro fruto que alguna rapiña de reses vacunas, a costa de algunos muertos; el único efecto militar positivo fue el desánimo entre los soldados correntinos, que no duraría mucho.
Esta vez, el desembarco fue de unos 250 hombres, y debía ser seguido por otros tantos al día siguiente.
[2] Los paraguayos se parapetaron en los bosques tras al arroyo y tomaron una posición defensiva, desde la cual dispararon durante cuatro horas sobre las tropas argentinas.
El general Mitre, que podía oír desde su campamento el tiroteo, no envió ningún refuerzo a las tropas de Conesa.
Al anochecer, los paraguayos reembarcaron y se retiraron a su propia costa, en momentos en que llegaba a la zona la división del coronel Ignacio Rivas, que había sido enviada en apoyo de Conesa después de haberse ordenado a este retirarse.
[3] Por su parte, el general Mitre felicitó a las tropas argentinas por su arrojo, pero — en una frase que sería interpretada como un consejo inútil o un gesto cínico del responsable del desastre — les recomendó que No obstante haber obtenido una victoria, las tropas paraguayas no volvieron a repetir ese tipo de acciones en territorio argentino, no obstante que pasaron aún dos meses y medio antes de iniciarse la invasión a territorio paraguayo.
En parte, ese cambio se debió al avance de la escuadra brasileña algunos kilómetros aguas arriba, hasta impedir el cruce de las canoas por el paso frente a Itapirú.