La raíz del topónimo «Amaya» es indoeuropeo[2] y quiere decir «am(ma)» o «madre».
[1] Amaya aparece citada en el Itinerario de barro, hallado en Astorga (León), documento cuya autenticidad fue controvertida hasta que ha sido datado hacia mediados del siglo III por métodos absolutos (termoluminiscencia).
[3] En todo caso la misma pervivencia del topónimo indoeuropeo en tiempos visigodos avala que ese era también el nombre con el que se denominaba la plaza durante la Edad del Hierro y en época romana.
[10] En paralelo es muy posible que se creara en ella una sede episcopal, cuya única documentación es el Códice R.II.18 de El Escorial, que data de los siglo VII u siglo VIII, y donde a las sedes episcopales conocidas en el reino visigodo añade las de Amaya y Alesanco.
[9] Tomando como base la plaza de Amaya, tan vinculada a la legitimación del poder visigodo por su antigua capitalidad como ducado, Rodrigo inicia la expansión castellana a los llanos, siendo su hijo Diego Rodríguez, apodado el Porcelos, quien funda Burgos en el año 884.
Una vez conquistado el territorio, en Amaya se establece un destacamento militar, muy probablemente dependiente de la Legio IV Macedonica establecida en Herrera de Pisuerga, que lógicamente abandona la peña cuando la legión es enviada al limes renano en el año 39 d. C. A pesar del abandono de la función militar Amaya sigue ocupada a lo largo de los siglos I y II, época a la que pertenecen la estelas funerarias que recuperara Moro.
Ya hemos visto por las fuentes el papel protagonista que tiene en época visigoda, aunque los restos arqueológicos de este momento no son muy numerosos, y durante la primera repoblación castellana, aquí sí con numerosas estructuras reconocidas, como las ruinas del poblado, aún visibles, una de las necrópolis de las tres que sabemos por Moro que se reparten por el castro, o las defensas del castillo.
Las dataciones por radiocarbono confirman también que la aldea castral no desaparece hasta mediados del siglo XIV, y el castillo aún perdurará más tiempo.