[2] Trabajó por un largo tiempo como abogado, para posteriormente ingresar en la Iglesia, llegando a ser un destacado sacerdote.
Al año siguiente fue enviado como diputado a una convención del clero francés, donde era tenido en tan alta estima que fue elegido primer secretario.
[5] En su época fue tan influyente como su maestro Montaigne, renombre que pervivió hasta mediados del siglo XVII.
Sus argumentos descansan en un fuerte fideísmo, al afirmar que la naturaleza y existencia de Dios resultan incognoscibles para el limitado entendimiento humano.
De este modo, ningún teólogo o filósofo estaría capacitado para conocer lo sobrenatural, y ni tan siquiera la realidad natural.
Charron aprovecha estas, según él, limitaciones de la razón para atacar también a los ateos.
Las definiciones que estos emplean de Dios para probar su inexistencia serían erróneas y, al medir a Dios con criterios humanos, se mostrarían presuntuosos y errados por completo.
[3] Su otra gran obra, en este caso filosófica, apareció en 1601 y está inspirado en buena medida en los Ensayos de Montaigne.
A pesar de que sus enemigos trataron de impedirlo, en 1604 se publicó póstumamente una edición aumentada, a la que siguieron innumerables reediciones durante la primera mitad del siglo.