[2][3] El tratado dio a Francia el derecho a ocupar ciertas partes del país con el pretexto de proteger al sultán de la oposición interna, y a mantener las riendas reales del poder preservando al mismo tiempo la máscara de un gobierno indirecto formado por el sultán y el gobierno jefiriano.
Según los términos, el residente general francés tenía poderes absolutos tanto en asuntos externos como internos, y era el único capaz de representar a Marruecos en países extranjeros.
Sin embargo, el sultán conservaba el derecho de firmar los decretos (dahirs) presentados por los residentes generales.
[5] Como parte del tratado, Alemania reconoció las esferas de influencia francesas y españolas en Marruecos, recibiendo a cambio territorios en el Congo Medio (actual República del Congo), una colonia del África Ecuatorial Francesa, los cuales se convirtieron en parte de Camerún alemán.
La compañía también recibió el permiso para construir un ferrocarril que conectara las minas con Melilla.