Teatro en Chile

[1]​ Ya hacia 1600 se registraron en Chile las primeras representaciones dramáticas, a partir de obras escolásticas relacionadas con celebraciones religiosas.

A principios del siglo XX se produjo un explosivo desarrollo del teatro chileno, tanto por la aparición de dramaturgos como de compañías nacionales, que transformaron una escena dominada hasta entonces por autores, actores y directores extranjeros.El teatro constituyó siempre una importante actividad cultural nacional durante todo el siglo XX, desde su configuración como teatro chileno, durante la primera mitad del siglo, hasta la explosión de obras escritas y montadas por profesionales chilenos, después de 1950.

Ambos desarrollaron su actividad dando cabida a la experimentación, a la docencia, con una clara política de extensión y apoyo al teatro aficionado y una preocupación por el desarrollo de la cultura nacional.

En la dirección sobresalen las figuras históricas de Pedro de la Barra, Víctor Jara y Andrés Pérez, mientras que en la actuación teatral destacan actrices como Bélgica Castro, María Cánepa, Carmen Bunster, Marés González, Ana González, Silvia Piñeiro, y actores como Alejandro Flores Pinaud, Pedro Sienna, Agustín Siré, Tomás Vidiella, Héctor Noguera, Jaime Vadell y Alfredo Castro.

[1]​ De acuerdo a la relación del Padre Rosales, Pereira Salas asegura que los mapuches incluso habían creado «tipos histriónicos genéricos».

[5]​ Con la llegada de los españoles, se establecen en el Chile colonial las primeras formas dramáticas, sobre todo representadas en celebraciones religiosas católicas.

Las primeras manifestaciones escénicas consistieron en breves piezas de temática religiosa, originadas en el culto cristiano medieval y traídas por los españoles.

En La Serena, por su parte, se registra que en 1708 fueron representadas tres comedias en honor al nacimiento del príncipe heredero Luis I, mientras en Talca se representaron dos comedias el día de la exaltación al trono de Carlos III.

Años después, en su Código Moral, Juan Egaña dio el carácter oficial de este rol del teatro, estableciendo que los espectáculos dramáticos serían una escuela de moralidad y virtudes cívicas, prohibiéndose obras que no se dirigieran a fomentar el amor a la patria.

A medida que avanzaban los años y las restricciones antihispanas iban cediendo, varias compañías de teatro extranjeras, sobre todo españolas, visitaron Chile con espectáculos de zarzuela y opereta italiana, entre otros.

Este fenómeno sirvió como semilla en el público chileno, que se acostumbró a asistir al teatro y, con ello, desarrolló un gusto por esta disciplina artística.

[10]​ Destaca en este periodo Daniel Barros Grez, considerado uno de los precursores del teatro chileno, quien escribió punzantes críticas a la idiosincrasia nacional de la época en sus obras Como en Santiago (1875) y La iglesia y el estado: fantasía trágica en un acto (1883).

Los incipientes ensayos de dramaturgos nacionales en esa época estuvieron representados por el escritor y periodista Rafael Maluenda, quien en 1907 estrenó el entremés Por un clavel y en 1911, La Suerte, comedia en tres actos de marcada tendencia chejoviana.

[12]​ A comienzos del siglo XX, el teatro chileno sufrió un importante cambio.

[14]​ Asimismo, se desarrolló el denominado «Teatro Obrero» en las oficinas salitreras, fenómeno impulsado, principalmente, por Luis Emilio Recabarren.

[13]​ Moock, Acevedo Hernández y Luco Cruchaga son considerados como los dramaturgos chilenos modernos de mayor notoriedad hacia principios del siglo XX y catalogados como «clásicos» del teatro nacional.

Empresarios o primeros actores asentados obligadamente en Chile huyendo de Europa se constituyeron en cabezas de compañías en las que prontamente también ingresaron actores chilenos, como Arturo Bürhle, Alejandro Flores Pinaud, Pedro Sienna, Rafael Frontaura, Nicanor de la Sotta, Olvido Leguía, Elena Puelma, Elsa Alarcón, Evaristo Lillo, Italo Martínez, entre otros, quienes con el tiempo fueron formando sus propias empresas escénicas.

Un ejemplo del diálogo entre estos diferentes estilos es la carrera de Ana González, quien partió actuando en comedias y después integró elencos universitarios.

[16]​ Con todo, el auge del cine en Chile supuso una merma en la actividad teatral nacional.

El dramaturgo Benjamin Morgado escribió, en 1943, un lapidario ensayo titulado Ecllpse parcial del teatro chileno, en que determina los principales antecedentes responsables del atraso del arte escénico entonces: los empresarios teatrales que transformaron sus salas y escenarios, rehabilitándolas exclusivamente para funciones de cine, negocio más seguro; a los actores y cabezas de compañías que no aplicaban un criterio selectivo en la formación de sus repertorios; a los autores que no mejoraban la calidad de sus obras, porque siempre estaban «dispuestos a hacer concesiones a un público mediocre, de mal gusto e inculto»; y a los críticos, que según él solo se veían conmovidos por compañías extranjeras, deleznando las obras nacionales.

[22]​ Durante la primera mitad de la dictadura, el mundo del teatro chileno se ve afectado en todos los ámbitos, contando con escasos recursos económicos para trabajar, con artistas desaparecidos y exiliados, y sujetos a vigilancia ideológica de parte del gobierno.

Los autores son dramaturgos tanto de la generación anterior como nuevos, que generalmente actúan en colaboración con un grupo.

[23]​ Hacia 1975, comenzó a articularse un incipiente movimiento de teatro independiente no subvencionado, y surgieron compañías como La Feria, de Jaime Vadell y José Manuel Salcedo, Imagen, Teatro del Ángel, Taller de Investigación Teatral (quienes montaron la exitosa Tres Marías y una Rosa en 1979), Teatro Universitario Independiente, entre otras.

Andrés Pérez hizo lo propio en el año 1977 cuando estrenó Un circo diferente, donde dirigió a Alfredo Castro, Aldo Parodi y Patricio Strahovsky.

[28]​ En 1990 se estrenó la primera obra realizada casi íntegramente por mujeres, aspecto que fue valorado por la crítica teatral del momento: en Cariño malo se reunieron profesionales como la dramaturga María Inés Stranger, la directora Claudia Echenique y la actriz Claudia Celedón.

Sobre las tablas, Claudia Di Girólamo, Amparo Noguera y Tamara Acosta se han destacado en la escena teatral a partir de los años noventa.

Con estas obras Castro se posicionó como uno de los más influyentes directores del teatro chileno, obteniendo importantes premios.

Esta muestra constituye la única actividad orientada específicamente a la promoción de la dramaturgia en el país.

A partir del año 2007 el programa fue reformulado en dos años de duración para cada versión.

El primer año se seleccionan textos del concurso, los que son premiados con incentivos en dinero; el segundo año corresponde a la Muestra de Dramaturgia Nacional, etapa en la que se ponen en escena los textos seleccionados.

Montaje de la comedia musical La pérgola de las flores , de Isidora Aguirre en 2010. Estrenada originalmente en 1960, es considerada una de las más clásicas piezas teatrales chilenas.
Juan Egaña (1768-1836), prestigioso político y jurista, también se desempeñó como un prolífico traductor y dramaturgo de obras teatrales estrenadas a inicios del siglo XIX en Santiago
Como en Santiago , de Daniel Barros Grez , una de las obras cumbres del teatro chileno del siglo XIX
Interior del restaurado teatro de Humberstone . En las oficinas salitreras se montaron diversas obras del denominado «teatro obrero» a inicios del siglo XX .
Estudiantes de Teatro Experimental en un ensayo, dirigidos por Pedro de la Barra (1941).
Ana González como La Desideria (1941)
¿Quién me escondió los zapatos negros? (1991), de Teatro Aparte .
Liceo de niñas , de Nona Fernández , presentada en 2015 por la compañía Pieza Oscura en el Teatro de la Universidad Católica.
Frontis del Teatro UC en mayo de 2017, promocionando la obra «Jardín» de Emilia Noguera