La base para tal denominación se efectuó únicamente por su tamaño y no por su peso, tripulación o número de cañones.
Cuando tiempo más tarde las carracas dieron paso a los galeones durante el siglo XVI, el término «Buque Grande» se empleó para separar formalmente a los buques más grandes de la Marina Real del resto.
En 1677, Samuel Pepys, por entonces secretario del Almirantazgo británico, revisó la estructura y manifestó que esta era algo «solemne, universal e inalterable».
Dicha regla poseía excepciones notables, como por ejemplo el Santísima Trinidad de España, que tenía 120 cañones repartidos en cuatro cubiertas.
Sin embargo, algunas balandras poseían tres mástiles y se las conocía como corbetas.
En ocasiones, también se clasificaba a las embarcaciones según el grado de su oficial al mando.
Por ejemplo, si un bergantín con cañones (o incluso un cúter) estaban a cargo de un teniente, la embarcación era recategorizada como una balandra.
Por ejemplo, la Marina francesa usaba un sistema de cinco clases (rangs) con un objetivo similar.
La quinta y sexta clases nunca se incluyeron como navíos de línea.
No obstante, paulatinamente, estas embarcaciones se dejaron de producir ya que la sobreborda baja (la distancia desde la cubierta inferior hasta el agua) frecuentemente hacía imposible abrir las aberturas para los cañones cuando el mar estaba picado.
Los cañones que se incluían para la cuenta que determinaba la clase de un barco eran únicamente aquellos montados sobre ruedas, es decir, los cañones impulsados por furgones (con ruedas de madera); las armas más pequeñas (y en general, antipersonales) como las colisa no se tomaban en cuenta.
El término primera clase pasó al uso cotidiano como un adjetivo para denotar algo que es de la mejor calidad posible.