No conoció a su padre porque tenía apenas un año de edad cuando él murió.
El niño Serafín no sólo la ayudaba en esta tarea sino que llevaba a entregar los cigarrillos o los vendía por las calles.
Una prima suya, María de Jesús Treviño, le enseñó en Guadalupe las primeras letras.
Cursó la instrucción primaria en la Escuela Oficial de Guadalupe, que dirigía entonces el profesor Pedro Morera.
Debido a ello, habían adoptado al niño José, huérfano de padre , pero al morir doña Lucía, fue necesario que doña María Padilla viuda de Vargas, madre del niño, lo atendiera.
Como ayudante del licenciado Amado Valdés comenzó su labor educativa que había de ser su verdadera vocación.
En 1864 fundó un instituto particular que sólo se pudo sostener algunos meses, debido a las exigencias del régimen imperialista.
Miguel F. Martínez, representando a Nuevo León, asistió como delegado al primer Congreso Nacional de Educación.
Sus versos A mi hogar, Impresiones de la noche, Al asomar la aurora, etc. así como diversas composiciones en prosa y algunos discursos, le fueron elogiosamente comentados.