En hebreo so·fér, procede de una raíz que significa “contar”, y se traduce “secretario”, “escribano”, “copista”; y la palabra griega gram·ma·téus se traduce “escriba”, “instructor público”; el término alude a un animal que trabaja.
Así, los escribas gozaban de un alto rango en la casa del faraón y eran considerados los hombres más instruidos.
De hecho, ser copista era considerado un arte, pues en aquel entonces casi ningún egipcio sabía leer.
Posteriormente, casi todas las naciones empezaron a contar con escribas y esta labor se volvió imprescindible tanto en el aspecto económico como en el religioso.
Para ejercer dicha tarea, desde una temprana edad se les instruía con base en el largo aprendizaje obligatorio de la escritura cuneiforme.
Generalmente, era una formación que recibían alumnos pertenecientes a familias nobiliarias o comerciantes.
Los discípulos no mesopotámicos, tenían que combinar su conocimiento de su lengua y su escritura maternas con la sumeria.
Los escribas cumplían diversas funciones: eran contratistas, contables, archivadores, traductores y copistas de textos escritos (religiosos, científicos, históricos, judiciales, etc.) .
Solo los mejores servían en las instituciones gubernamentales, pues trabajaban directamente para el rey o para el sumo sacerdote, y también para los organismos del gobierno; se dedicaban a la gestión de impuestos, trabajo, racionamiento y aprovisionamiento de los alimentos, alistamiento militar, etc.
Los escribanos hebreos actuaban como notarios públicos, preparando certificados de divorcio y registrando otras transacciones.
Con el transcurso del tiempo se hicieron extremadamente meticulosos, hasta el grado de que no solo contaban las palabras copiadas, sino incluso las letras.
Dicha sección se eliminaba y reemplazaba por otra nueva en la que no hubiese errores.
Los masoretas, nombre por el que se llegó a conocer a los copistas siglos después de Cristo, se dieron cuenta de las alteraciones que habían hecho los soferim y las registraron en el margen o al final del texto hebreo.
En quince pasajes del texto hebreo los soferim marcaron ciertas letras o palabras con puntos extraordinarios.
Sin embargo, se dio mucha importancia a que todos los judíos tuvieran conocimiento de la Ley.
No se contentaban con rechazar a Jesús, de quien testificaban sus Escrituras, sino que se hicieron más reprensibles al intentar impedir por todos los medios que nadie lo reconociera o siquiera lo escuchara (Lu 11:52; Mt 23:13; Jn 5:39; 1Te 2:14-16).
Aunque no estaba permitido remunerarles por su labor judicial, es posible que esperaran y recibieran pago por enseñar la Ley.
Sin embargo, como había muchos judíos helenizados en la Diáspora, es posible que Mateo mismo lo tradujera más tarde al griego.
Estos dos evangelios iban dirigidos a un público muy amplio, por lo que se hizo necesario hacer y distribuir muchas copias.
Aunque tiene un aire informal y no pretende ser un modelo de caligrafía, se ha dicho que es una obra cuidadosa.
Estos consisten en secciones de once códices griegos, producidos entre los siglos II y IV.
Se les exigía copiar obras en latín, griego y hebreo, incluso si no dominaban dichos idiomas.
Estas reproducciones, a menudo elaboradas en caligrafía ornamental e ilustradas con ricos detalles, demandaban un tiempo considerable.
[7] Sin embargo, el elevado costo y la complejidad del proceso impedían que los libros se difundieran de manera masiva durante este período.
A pesar de esta limitación, lograban producir entre tres y cuatro páginas por día.
Los escribas urbanos desempeñaron un papel fundamental en la Alta Edad Media, especialmente en las ciudades del noroeste de la Península Ibérica, como León y Oviedo.
[9] Orígenes y Evolución En un principio, existieron escribas laicos que heredaron tradiciones gráficas de origen romano-visigodo.
Sin embargo, con el tiempo, especialmente entre los siglos IX y XI, los clérigos comenzaron a monopolizar la práctica de la escritura.
Esta transición marcó una estrecha asociación entre el conocimiento letrado y el saber religioso, consolidando a los escribas clericales como figuras de autoridad en las sociedades urbanas.
Su posición privilegiada les permitía integrarse en las élites locales, actuando como intermediarios entre la nobleza, la Iglesia y la sociedad.