[1] Huérfana desde los siete años, fue tutelada por su hermana mayor, de nombre Jéronima y su esposo, el capitán Cosme de Miranda, quienes la criaron como hija suya y comprendieron su inclinación hacia la vida penitente.[3] Se propuso cumplir aquel mandato de Jesús: "Quien desea seguirme que se niegue a sí mismo", y desde niña empezó a mortificarse en la comida, en el beber y dormir.Con frecuencia se retiraba a practicar penitencia en su habitación, la cual era crucificarse y darse con el látigo, despojó de todo mueble con excepción de un ataúd y una calavera que le recordaban que iba a morir y tendría que rendir cuentas a Dios; en él dormía varias noches cada semana, y el tiempo restante lo tenía lleno de almohadas que semejaban un cadáver.Te ofrezco mi vida para que cesen estos terremotos".La gente admiró el sacrificio que ofrecía la joven, y aquella misma mañana al salir del templo ella manifestó que comenzó a sentirse muy enferma, hecho que coincidió con el cese de los movimientos telúricos de acuerdo a la crónica de la época.[4] La beatificación de las dos vírgenes americanas interesó a la Corona española por conveniencia política, pues así se fortalecían los lazos de identidad de la aristocracia criolla del Nuevo Mundo con Madrid, además del simbolismo que la causa reconocía para el catolicismo hispanoamericano.La santa quiteña es, junto a la chilena Teresa de los Andes, la única latinoamericana en decorar la catedral mayor del catolicismo.
Santa Mariana catequista
. Óleo del pintor
Joaquín Pinto
a inicios del siglo
XX
. Representa a la Santa quiteña en su labor laica de catequizar a los pobres