Algunas deidades, como el dios del clima *Perkʷunos o el dios pastor *Péh₂usōn, sólo están atestiguadas en un número limitado de tradiciones – occidentales (europeas) y greco-arias, respectivamente- y, por tanto, podrían representar adiciones tardías que no se extendieron por los distintos dialectos indoeuropeos.Las principales mitologías utilizadas en la reconstrucción comparativa son la indoirania, la báltica, la romana y la nórdica, a menudo apoyadas también con evidencia proveniente de las tradiciones celta, griega, eslava, hitita, armenia, iliria y albanesa.Investigadores como Marija Gimbutas, Antonio Blanco Freijeiro y Georges Dumezil afirman que la primera naturaleza de los diversos dioses que adoraban los diferentes pueblos indoeuropeos probablemente fuera de carácter celestial, atmosférico o incluso astrológico, asumiendo la idea de que las divinidades vivían en los cielos y desde ellos se manifestaban.[1] Otros autores en cambio, como Antoine Meillet, se muestran escépticos a la idea de una religión raíz entre los indoeuropeos, debido a la enorme diversidad de cultos identificada desde los yacimientos más antiguos.En el indoiranio, la raíz iazh que designa al culto en general, significa etimológicamente ‘no ofender’, ‘respetar’.En germánico antiguo el reemplazo del antiguo nombre de los dioses *teiwa (*deywo) por *guda «libación», solo es comprensible a partir de expresiones tales como «respetar las libaciones (acompañando los pactos solemnes»).[2] Es un documento que para muchos arqueólogos e historiadores, encabezados por Georges Dumezil, evidencia el origen común y las importantes relaciones entre las religiones de los pueblos indoeuropeos, que podría indicar la existencia de una probable religión protoindoeuropea anterior a su diversificación.Al separarse los indoeuropeos sus mitologías se mezclaron con las de los pueblos autóctonos que invadían.Por ejemplo, Varuna se convirtió en Urano, dios del cielo de los griegos.En el caso de Italia, los indoeuropeos comenzaron a adorar a Indra padre e Indra madre, o sea Iun-piter y Iun-mater, que se convertirían en Iu-piter e Iunus (Júpiter y Juno).Mitra, el dios del sol, sobrevivió con ese nombre en India y Persia.En Grecia fue suplantado por la divinidad local Febo mientras que en Italia fue abandonado por el dios grecoetrusco Aplu, convertido en Apolo.La Italia y la Grecia preindoeuropea poseían también una religión matriarcal similar, debido a la cercanía geográfica.Las mitologías griega y romana divergieron al adaptarse a entornos diferentes.Sin embargo, al aumentar los contactos entre Grecia y Roma sus mitologías fueron reunificadas.La predilección por ese número se extendía también a la sociedad, dividida en tres castas: sacerdotes, guerreros y trabajadores ―roles respectivos de los dioses principales―.Estas posiciones, y otras como el documental Zeitgeist, utilizan este argumento más como ataque a las iglesias trinitarias que como exposición científica.Otra diosa era la Tierra, que quedaba debajo del Firmamento y del Aire ―sometida a los dioses masculinos, como la mujer indoeuropea estaba estrictamente sometida al hombre, se identifica a su vez la primera Tríada―.Muchos animales, en particular las aves, han sido consideradas como las mensajeras de los dioses.Un pie sobre la mandíbula inferior del lobo, su brazo tendido hacia la superior, destruirá ese hocico monstruoso.[6] La palabra dios (*deywos) tiene la misma raíz que la palabra día (*dyew-), debido a que la mayoría de las culturas asocian el bien con la luz y el cielo, así como el mal con un mundo subterráneo y oscuro, similar a la tumba que recuerda la experiencia más dolorosa, la temporalidad humana y la pérdida de los seres queridos.[3] La dilatada expansión territorial de los indoeuropeos, que si por un extremo los llevó a la India, por el otro hizo llegar a Irlanda e incluso a Islandia, se verificó en buena parte en virtud de una institución que se mantuvo hasta época plenamente histórica y que los latinos denominaban ver sacrum (primavera sagrada).Su acción defensiva era susceptible de aplicarse a otras amenazas, como las plagas del campo.De los lusitanos dice Estrabón: «Cuando la víctima cae [se refiere probablemente a víctimas humanas] hacen una primera predicción por la caída del cadáver... A Ares sacrifican machos cabríos, y también cautivos y caballos».El caballo quedaba en libertad durante un año, vigilado por súbditos del rey.Incluso, en algunos contextos como el teatro o la artesanía, se llegaba al punto de mofarse de los dioses, sin que existiera al respecto temor por su ira, a menos que se violaran las promesas a ellos realizadas.Según Joseph Vendryes, quienes mantuvieron este espíritu conservador que se aprecia en las áreas marginales del mundo indoeuropeo fueron precisamente los sacerdotes.Entre estos autores, no solamente se encuentran los detractores de Georges Dumezil, sino también Edgar C. Palome, quien en su trabajo Das pferd in der religion eurasischen volker, die indogermanen und das yerrf se hace eco de las críticas arriba mencionadas.La verdad o armonía (*h2rt(h)-, > latín ar(t)-s ‘arte’, > griego arithmos ‘número’), que era el valor central del mundo indoeuropeo, concierne al comportamiento del hombre en este mundo, la fidelidad a los suyos, a la palabra dada y no a la versión de la mitología, de la cosmología, de la cosmogonía que el hombre adoptaba o inventaba.Por ejemplo, en la Brijad-araniaka-upanishad, el sabio Iagña Valkia escandaliza a su esposa preferida cuando le comunica que no hay conciencia después de la muerte.
Tabla con el Juramento de Matiwaza en escritura cuneiforme.