El antropólogo inglés James Frazer acumuló referencias para probar la existencia de la prostitución sagrada en su libro La rama dorada.
Recientes historiadoras de género como Arnaud, Assante y Budin especulan con que la prostitución sagrada de Oriente Próximo podría no haber existido más que como calumnias denigratorias hacia sus pueblos.
Otra visión, presentada por Pirenne-Delforge, sugiere que la prostitución sagrada sí existió, pero limitada a Oriente y en períodos anteriores al helenístico.
Una vez una mujer ha ocupado su lugar allí, no se marcha a casa hasta que algún visitante ha arrojado monedas sobre su regazo y yacido con ella fuera del templo; pero al entregarle su dinero debe decir "te invito en nombre de Millita".
Por ello, la mujer sigue al primer hombre que paga y no rechaza a nadie.
Por todo esto, las mujeres que son hermosas y altas quedan rápidamente libres de irse, mientras que las feas deben esperar por no poder cumplir la ley; algunas de ellas permanecen allí por tres o cuatro años.
[11] La unión del rey con la sacerdotisa simbolizaría el matrimonio entre Ishtar y su consorte divino Dumuzi, el dios pastoril.
[14] Esta característica llegó hasta el Antiguo Testamento, en especial en sus libros deuteronómicos, que mencionan en tono condenatorio la prostitución sagrada de los fenicios y cananeos y censuran a los hebreos que hubieran adoptado tales costumbres.
[20] Varios emplazamientos fenicio-púnicos en España, como Cancho Roano, Gadir, Cástulo y la Quéjola (Albacete), han sugerido también esta práctica a través de su arqueología e iconografía.
Las posteriores bailarinas-prostitutas nativas, llamadas puellae gaditanae en fuentes romanas (o cinaedi en sus variantes masculinas), podrían haber sido herederas desacralizadas de esta práctica, dado el contexto ritual al que el sexo y la danza pertenecían en la cultura fenicia.
Con el paso del tiempo, la diosa madre asumió estos roles como símbolo de la fertilidad y el nacimiento humano.
Otra historia cuenta que una mujer reprochó a una hetera no trabajar el hilo como hacía ella, a lo que la segunda replicó: "Pues mírame bien, porque en este mismo rato ya me he asegurado tres monedas".
[32] La leyenda decía que este culto había sido implantado por Eneas, fundador de la civilización romana, y en acordancia con esto la Venus Ericina fue reintroducida en Roma bajo el nombre de Venus Ericina o Erixina, edificándose un templo en la Colina Capitolina y otro en la Puerta Collina.
[33] Incluso la prostitución convencional, aunque denostada por las leyes de Roma, ocupaba un lugar destacado en varias celebraciones religiosas romanas.
Eran una escuela inicua para toda clase de impurezas, entre ellas el afeminamiento, que destruye los cuerpos.
[39]La prostitución sagrada también tenía lugar en el sintoísmo tradicional de Japón, donde era empleada en ciertas prácticas religiosas.
[41][42] La civilización maya ostentaba cultos religiosos fálicos que podrían haber incluido prostitución homosexual sagrada.
[58] En su libro The Sacred Prostitute: Eternal Aspect of the Feminine, la psicoanalista Nancy Qualls-Corbett alabó la prostitución sagrada como una expresión de la sexualidad femenina y un puente entre ésta y la divinidad, así como una ruptura con toda posible degradación sexual mundana.
"[La prostituta sagrada] no hacía el amor por la admiración o la devoción de quien acudiera a ella...
La relación entre hombres y mujeres en esta antigua tradición estaba basada en el respeto hacia la mujer.