[2] Es el conjunto tartésico-turdetano mejor conservado de la península ibérica, datando la construcción original de al menos el siglo VI a. C., aunque el edificio fue ampliado y modificado en siglos posteriores.
Supone un yacimiento sin duda excepcional y único, tanto por su forma, su tamaño y su estado de conservación, como por los objetos encontrados, que permiten fechar su creación en torno al 550 a. C., mientras que su destrucción no sería posterior al 370 a. C., causada por un incendio, bien accidental o bien intencional, dentro de algún tipo de rito religioso.
Por tanto, el edificio del siglo V al siglo IV a. C., que se llegó a denominar "palacete" por Maluquer y colaboradores es en realidad un altar de sangre para sacrificios rituales, con una tipología definida para otros similares en el Mediterráneo oriental, como define el profesor Antonio Blanco Freijeiro, y desde luego, muy posterior a la civilización tartésica.
Investigaciones posteriores le atribuyen un carácter arquitectónico fenicio, posiblemente construido a instancias de un indígena acaudalado.
[6] Similares ritos se habrían identificado en la iconografía de otros yacimientos fenicio-púnicos, como Gadir, Cástulo y la Quéjola (Albacete).