En la Iglesia católica, los (arz)obispos eméritos pasan a serlo cuando renuncian a su cargo ante el arzobispo metropolitano o directamente al sumo pontífice, dejando así sus responsabilidades diocesanas, auxiliares o cualesquiera que tuvieran.
Los (arz)obispos eméritos no forman parte de la Conferencia Episcopal; pero sí son llamados consultivamente por su experiencia y venerabilidad.
También existe la posibilidad, extendida en el mundo anglosajón, de otorgar el título automáticamente cuando se cumplan los plazos requeridos y sin entrar a valorar, por ejemplo, si las publicaciones científicas son de mayor o menor importancia.
[cita requerida] Los antiguos romanos llamaban eméritos a los legionarios licenciados que disfrutaban de los privilegios y recompensa recibida por sus buenos servicios.
Así, el emperador César Augusto premió con esta nueva ciudad a sus hombres al finalizar las cruentas guerras cántabras, creando una próspera ciudad en la Bética —entonces englobada en la Hispania Ulterior— que más tarde se convertiría en capital de la provincia de Lusitania.