Pedro Téllez-Girón y Velasco

Los años de su mandato lograron la hegemonía española en el Mediterráneo central, hasta el punto de que su poder naval combinado llegaría a eclipsar al del propio sultán otomano.

[4]​ Con la misma liberalidad fue pionero en la administración naval, asegurando un continuo desarrollo y la estabilidad de los salarios de la soldadesca y marinería, métodos que serían utilizados por la Marina Real británica.

El célebre Francisco de Quevedo fue amigo, consejero y secretario del duque, y le dedicó varias obras, además de una extensa biografía suya que nunca llegó a imprimirse.

Se le impuso un ayo, Andrea Savone, literato y humanista, que le enseñó latín a través de los «Diálogos» de Erasmo de Róterdam, así como historia y la geografía; al mismo tiempo que se ejercitaba con las armas, la equitación y otros ejercicios físicos, ya que su abuelo quería que Pedro fuese un perfecto caballero renacentista, tan ágil con la pluma como con la espada.

Según Leti, como el conflicto duró poco, pasó entonces al cuidado de Alfonso Magara, con el que el futuro III duque aprendió Historia, Geografía y Matemáticas, así como elementos de mecánica y arquitectura aplicados a las fortificaciones,[8]​ ejercitándose además con las armas.

[12]​ Sirvió en los Estados Bajos seis años, siendo el primero en todas las ocasiones que se ofrecieron, derramando mucha sangre en todas ellas, y poniendo su persona en los mayores peligros como si fuese un soldado más.

Osuna admiró a todos con su arrojo y serenidad, encareciéndolo tanto los testigos al general en jefe, Ambrosio de Spínola que este, aunque afligido por la pérdida de su hermano, transmitió la noticia al Archiduque y un gentilhombre de su casa vino expresamente a felicitar a Pedro por primera actuación en la mar.

[13]​ Era tanto el aprecio conseguido entre la tropa, que en 1602 y 1603 los archiduques le encomendaron en varias ocasiones que se encargara de apaciguar los numerosos motines del ejército por el impago de las soldadas; lográndolo, en muchas ocasiones, poniendo su propio peculio.

El propio archiduque Alberto le distinguió con la honra de trocar su espada real por la del voluntario español.

En su estancia allí coincidió con las grandes fiestas que se celebraban por la paz conseguida entre Felipe III de España y Jacobo I.

Aunque se recuperó muy pronto, se vio en la necesidad de aprender a manejar la mano izquierda con la soltura con que lo hacía con la derecha, y con su acostumbrado fervor, aprendió a manejar la pluma, la espada, la pistola y el tenedor, de modo que no echara en falta la mano mutilada.

Por sus méritos en combate y noble linaje le fue concedido e impuesto con gran ceremonia el Toisón de Oro.

No sin pesar salió Osuna de Bruselas, y tan pronto como llegó a Madrid, después de una audiencia privada con el rey, este llamó al Consejo, que en su presencia se reunió, siendo oído el duque durante dos horas, sin olvidar materia alguna, dada su proverbial memoria.

Por entonces reparó en la calidad intelectual del que sería su amigo y ayudante, Francisco Gómez de Quevedo.

La moneda se adulteraba sin recato y la inflación arruinaba al sufrido pueblo siciliano.

Pero pronto el enérgico Osuna puso remedio a tamaños males, con general aplauso: restituyó el crédito de la hacienda pública, restableció el peso y la ley de las monedas, ajustó los impuestos a las verdaderas rentas de los contribuyentes, equilibró los presupuestos e hizo aumentar los ingresos.

Su primera medida fue dar audiencia a un tal Osarto Justiniano, un griego con cierto poder en el Peloponeso, que obtuvo de inmediato suministros y soldados españoles para apoyar una revuelta contra el poder turco.

Suministros y soldados que el duque pagó de su propio bolsillo.

La campaña fue un éxito total: los turcos fueron expulsados, sus fortificaciones conquistadas y el duque personalmente enriquecido con el botín, galeras para reforzar su flota, y esclavos turcos para sus remos.

Le llamaban los turcos Deli-Bajá ('virrey temerario'), tanto era el daño que les causaba en las diversas correrías contra ellos dirigidas.

Francisco de Quevedo condensó sus triunfos en este soneto: ochenta bergantines, dos mahonas; aprisionóle al turco dos coronas y a los corsarios suyos más cueles.

Sacó del remo más de dos mil fieles, y turcos puso al remo mil personas; y tú, bella Parténope, aprisionas la frente que agotaba los laureles.

Tales eran las riquezas que el gran duque de Osuna obtenía del corso.

El hijo acudió al virrey, que, enterado del caso, llamó á los herederos.

Llegó a tanto su entusiasmo, que poco tiempo después de su llegada cantaban los ciegos: «Ora que habemos este Duque de Osuna, no se vende la Justicia por dinero».

Faltar pudo su patria al grande Osuna, pero no a su defensa sus hazañas; diéronle muerte y cárcel las Españas, de quien él hizo esclava la Fortuna.

Lloraron sus envidias una a una, con las propias naciones las extrañas; su tumba son de Flandes las campañas, y su epitafio la sangrienta Luna.

Álvaro de Bazán y Benavides, veterano de las correrías del propio Osuna, se convertiría en el principal activo hispánico contra las flotas musulmanas hasta su propia muerte en 1646.

En El Quijote se le describiría como un «señor muy pequeño que era muy grande»,[15]​ por su baja estatura, gran presencia e inmensas cualidades.

[18]​ Se dirige a su hijo y heredero del duque, el marqués de Peñafiel, que contaría unos catorce años, con fines pedagógicos.

Pedro Téllez-Girón y Velasco, por Bartolomé González y Serrano (1607).
El Calvario o La expiración de Cristo es una pintura de José de Ribera de 1618, que le encargó Pedro Téllez-Girón durante su estancia en Nápoles. Actualmente se conserva en la Colegiata de Osuna .
Castillo de los Zapata en Barajas (actualmente un distrito de Madrid ), donde estuvo preso (1622-1624) y murió el duque de Osuna.