Pedro Eguillor

Pedro Eguillor se casó con Milagros Barandiaran Bárcena, natural de Castro Urdiales.

Tuvieron tres hijos: Rafael, Alejandro e Isabel (que moriría de difteria con trece años).

Pedro era un muchacho despierto e inteligente, con menciones honoríficas en Historia Universal, Aritmética, Álgebra, Retórica Política y Lengua Francesa.

Aunque abrió su bufete en el año 1907 en Gran Vía, 35, pronto dejó la profesión; como heredero de una considerable fortuna, se pudo permitir vivir de rentas y consagrarse a lo que más le gustaba: “la vida intelectual”.

Según contó José María de Areilza, “su vocación le llevó al estudio y a la lectura.

Spengler, Moller van der Bruck, Bainville, Chamberlain, Maurras, tuvieron acaso en Pedro su primer apasionado lector en España”.

Al morir el doctor Areilza en 1926, Pedro Eguillor presidirá la tertulia del café Lion D´Or.

Don Miguel le regaló un libro de piel en tamaño octavo, con diez poemas escritos de su puño y letra, fechados en el año 1910, que conserva la familia como un recuerdo muy querido.

En síntesis, Eguillor “gritaba desde su rincón en el café los peligros ciertos de la revolución inminente: hablaba con lenguaje nuevo de la inevitable transformación social del mundo; resumía en imágenes fulgurantes los procesos políticos europeos; ventilaba novedades literarias y, sobre todo, ideológicas”.

Eguillor –como Lequerica y Zuazagoitia en los años veinte, y como otros muchos en los años treinta– encarriló las perspectivas de los sectores conservadores locales en un sentido de pesimismo, alarma y defensa, que habría de constituir el trasfondo que atrajese a muchos a posiciones reaccionarias.

Y por su iniciativa también se celebraron en Bilbao actos en honor de jóvenes oficiales bilbaínos caídos gloriosamente en África”.

Este militarismo se plasmará en la II República en una tentación permanente de las derechas antiliberales: la conspiración militar.

Todos ellos eran hombres de derechas sin ninguna responsabilidad o cargo político.

Pero eran solo unos rehenes, una contrapartida humana, un seguro contra posibles ataques aéreos, según relato de José María Salaverría.

Acudieron el alcalde de Bilbao, José Félix de Lequerica, los hijos del asesinado Alejandro y Rafael, el suegro Eduardo Barandiaran, su esposa, Ángel Galíndez y el presbítero Luis Urrutia.