Su familia estuvo muy ligada a la vida bilbaína, como demuestra que algunos de sus antepasados desempeñaran cargos en la administración pública y municipal.
No fueron los estudios que le hubiera gustado realizar, y así se lo comunicó por carta al rector Unamuno, con quien tuvo una relación cordial.
En cada uno de esos tres destinos fraguó una obra, cuya matriz se encuentra en Roma, donde Basterra encuentra el sentido universal de España en la historia, según lo expresa en su obra poética Las ubres luminosas y Vírulo (en dos partes: Mocedades y Mediodía).
Su primera obra lírica, Las ubres luminosas (1923), se caracteriza por el mito civilizador de Roma y las ideas humanísticas.
En el poemario Los labios del monte, paisaje y tradiciones vascas se funden en una amplia síntesis histórica.
Con técnica del futurismo canta la máquina y el destino fecundo de los pueblos hispánicos: la «Sobrespaña».
Como el propio Basterra explicará, con añoranza evidente, en su ensayo Una empresa del siglo XVIII.
Obra que resulta también pionera desde la lectura historiográfica, por abrir nuevos horizontes en cuanto a la investigación histórica de esta compañía comercial, nacida en el siglo XVIII en tierra venezolana y con gran influencia económica del elemento vasco.
[3] Allí murió por una complicación cardíaca en un ataque de locura apenas cumplidos los cuarenta años.