Por su parte, con la mayor parte de sus dirigentes exiliados, el Frente Democrático Revolucionario, en alianza con el FMLN, lanzó una campaña diplomática en Europa, América Latina, Estados Unidos y el norte de África destinada a lograr simpatía internacional hacia el movimiento revolucionario.
En ese momento quedó claro que, pese a todos los preparativos, las fuerzas del FMLN no estaban listas para el combate frontal contra el ejército y los cuerpos de seguridad, y lo que debía ser una rápida victoria se convirtió en un impasse que corría en contra de las fuerzas revolucionarias, pues el gobierno salvadoreño recibió un rápido y masivo apoyo militar del gobierno estadounidense, aún encabezado por James Carter.
[11][5] El FMLN había confiado también en que los ataques contra el ejército provocarían insurrecciones locales por todo el país, pero éstas no se produjeron.
Luego, las organizaciones político-militares declararon dentro del FMLN una cantidad mucho mayor de sus fuerzas reales, y los planes se hicieron con base en esto; se confiaba en que la población insurreccionada compensaría la falta de efectivos guerrilleros.
[12] Además, por la desconfianza existente entre las propias organizaciones guerrilleras y de masas, no se estableció un mando común, un estado mayor general o mecanismos de coordinación sobre el terreno, y cada una actuó por su lado, sin mantener informadas a las demás.
[15] Este replanteamiento llevó no solo a un reforzamiento militar del FMLN, con un énfasis menor en el movimiento popular y político, sino también a pugnas entre y dentro de las organizaciones político-militares.