La aleación así formada es quebradiza, de color blanquecino y puede ser fácilmente abrillantada para producir una superficie altamente reflectante.
En contraste con los espejos domésticos, donde la capa de metal reflector es impregnada en la parte posterior de un vidrio plano y cubierta con un barniz protector, la precisión del equipamiento óptico como los telescopios necesita espejos primarios cuyas superficies puedan ser amoladas y abrillantadas con formas complejas, como los reflectores parabólicos.
Durante casi 200 años, el metal de espejos fue la única sustancia que podía adecuarse a esta misión.
La composición del metal de espejos fue refinada más adelante, siendo utilizada en los siglos XVIII y XIX en muchos diseños de telescopios reflectores.
Solo reflejaba el 66 por ciento de la luz que recibía, y también tenía la desafortunada propiedad de perder fácilmente el lustre al quedar expuesto a la humedad del aire, requiriendo un constante re-abrillantando para mantener su utilidad.
Esto a veces resultaba muy difícil, teniendo que sustituirse algunos espejos.
El rápido enfriamento causado por el aire nocturno provocaba considerables tensiones en los grandes espejos de metal, distorsionando su forma y la nitidez de sus imágenes.