[cita requerida] El guineo maduro (Plátano o banano) se originó en Asia y fue introducido a los trópicos americanos solamente después de 1492.
Los experimentos mostraban un potencial interesante: en 1889 Santa Marta exportó 5000 racimos, y tres años más tarde esta cifra subió a 45 000.
En 1899 se unió con otros dos estadounidenses para crear la United Fruit Company, una empresa cuya sede comercial estaba situada en Boston, Massachusetts, Estados Unidos de América.
Tales incentivos fueron exitosos: durante las primeras tres décadas del siglo veinte, miles de personas llegaron a Santa Marta.
Para la United Fruit Company esto hacía difícil retener a sus trabajadores, particularmente en los primeros años de escasez laboral.
Alberto Luna Cárdenas describió a Aracataca en 1914, dos años después de que pasara el ferrocarril por ella:[9] En las poblaciones nuevas la primera edificación pública era la iglesia, pero los sacerdotes escaseaban y la autoridad religiosa era débil.
Los comerciantes revelaban los precios bajos de la United Fruit Company y el pago a sus trabajadores con vales que podían ser utilizados únicamente en sus almacenes.
El monopolio de la compañía sobre estos factores le permitía manipular los precios del banano, e imponer condiciones que los cultivadores nativos sabían hostiles a sus intereses.
Estas incluían las familias Dávila, Goenaga, Campo Serrano, Díaz Granados, Salcedo Ramón, Risco, Bermúdez, Foliaco, Noguera, Fergusson y Vengoechea.
Además de sus actividades económicas, estas familias ocupaban importantes puestos políticos en el departamento del Magdalena; eran gobernadores, secretarios departamentales y jueces.
Sin embargo la huelga estalló debido a que en primer lugar, los cultivadores colombianos se volvieron más impetuosamente contra la compañía.
Mientras tanto, un grupo asesor estadounidense, la misión Kemmerer, apremió al gobierno colombiano para que gravara las exportaciones de banano.
En 1924, los cultivadores solicitaron que una sucursal del nuevo Banco Agrícola Hipotecario fuera abierta en Santa Marta para suministrar una fuente alterna de crédito.
Y en 1925 la Corte Suprema de Justicia ordenó a la United Fruit Company devolver el ferrocarril al gobierno colombiano.
Estos representantes, el quindiano Ignacio Torres Giraldo y la antioqueña María Cano, notaron una gran presión de los trabajadores para realizar una huelga.
En febrero de 1928, Ignacio Torres Giraldo y María Cano regresaron en otra gira, esta vez con Raúl Eduardo Mahecha, organizador del Partido Socialista Revolucionario que tendría un papel muy importante en la gran huelga.
Impresor de profesión, miembro del Partido Socialista Revolucionario y reciente delegado a Moscú, Castrillón se haría famoso por su testimonio desde la cárcel sobre la masacre.
Para mantener su participación en el mercado, la United Fruit Company se sintió presionada a reducir los costos de producción.
Si los trabajadores las imponían, la compañía tendría que aumentar los salarios y el precio de compra a los cultivadores colombianos.
Otras familias acamparon con toldas y fogones improvisados sobre el ferrocarril, para que las góndolas no pudieran pasar; cuando era necesario, bloquearon los rieles con madera o piedras.
La ley Heroica contra huelgas y actividades asociativas, que establecía la censura de prensa, había sido aprobada solamente dos semanas antes.
En los años veinte, el marco legal e institucional para la negociación colectiva entre trabajadores y empresa estaba poco desarrollado.
Lo que en realidad querían los obreros eran «arreglos para hacer viable la ley y enmarcarse dentro de ella», según lo afirma Carlos Cortés Vargas.
Sixto Ospino reportó:[19] Pronto había varios cientos de huelguistas arrestados, atestados en pequeños cuartos en las cabeceras municipales o entre vagones calientes.
Los burócratas encontraban irritante la organización democrática de los trabajadores: no había un líder o comité central con poder para imponer un acuerdo a los huelguistas.
Hoyos Becerra y Velandia pensaron que si la United Fruit Company lograba llenar un barco, la moral de los obreros se rompería.
Asustados, pero astutos, los cultivadores prometieron que si les era permitido salir para Santa Marta, discutirán el caso con los obreros ante la United Fruit Company y regresaría esa misma noche con un pacto.
Hasta el último momento fueron pacíficos: varios atestiguaron que todos habían dejado sus machetes en la casa de la Unión Sindical.
Mientras huía de Ciénaga Raúl Eduardo Mahecha le contó a otros que sesenta personas habían sido asesinadas; Alberto Castrillón los estima en cuatrocientos.
En trenes militares el ejército buscaba en plantaciones y en campamentos a huelguistas que en adelante se llamarían «cuadros de malhechores».