Ya desde Facundo del argentino Domingo Faustino Sarmiento, publicada en el año 1845, se advierte una crítica indirecta al gobierno del caudillo Juan Manuel de Rosas junto con la figura de otro caudillo, Facundo Quiroga.
[1] Para que un libro sea considerado una novela de dictador, debe poseer temas explícitamente políticos trazados en un contexto histórico importante, examinar críticamente el poder ejercido por una figura autoritaria, e incluir una reflexión general sobre la naturaleza del autoritarismo.
Aunque algunas novelas de dictador se centran en una figura histórica (si bien con una apariencia ficticia), no analizan la economía, la política y el gobierno del régimen dictatorial como lo haría una obra histórica.
Mármol usa el género novelístico para atacar a Juan Manuel Rosas abierta y constantemente.
[21] Ante esta larga historia, no es sorprendente que se escribieron tantas novelas «sobre dictadores individuales, o sobre los problemas de la dictadura, del caudillismo, caciquismo, militarismo y similares».
Buscando un poder ilimitado, los dictadores a menudo modifican las constituciones y revocan las leyes que impiden su reelección.
En 1899 por ejemplo, Manuel Estrada Cabrera cambió la constitución de Guatemala para permitir su regreso al poder.
Como afirma el autor González Echevarría: «son hombres, militares, y gozan de un poder personal ilimitado».
[23] Sus tácticas de mano dura incluyen exiliar o encarcelar la oposición, atacar la libertad de prensa, crear un gobierno centralizado respaldado por una poderosa fuerza militar, y asumir un control total sobre el libre pensamiento.
Por tanto, se gana en cuanto a la penetración psicológica del personaje, entonces el dictador, «no es ya más una sombra impalpable, sino una realidad viva, brutal y sangrante, situada en el mismo centro de gravedad de la obra artística».
[27] En el siglo XX, los dictadores latinoamericanos más prominentes incluyeron la dinastía Somoza en Nicaragua, Alfredo Stroessner en Paraguay, y Augusto Pinochet en Chile, entre otros.
Como influencia externa, la injerencia de Estados Unidos en la política latinoamericana fue polémica y ha sido severamente criticada.
En ese instante, varios espectros entraron al pub londinense reclamando el derecho a encarnar.
[31] Aunque el proyecto nunca se terminó, contribuyó a inspirar una serie de novelas escritas por autores importantes durante el boom latinoamericano, como Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.
Se le ha considerado como la mayor influencia para El señor presidente de Miguel Ángel Asturias (1946).
Guzmán demuestra impresionante laconismo y maestría en la atención al detalle, como rasgos característicos de su estilo.
[17] Al mantener ambiguos el tiempo y lugar, la novela de Asturias representa una ruptura con las narraciones tradicionales, que hasta ese momento habían sido juzgadas por la forma adecuada en que reflejaron la realidad.
[39] También utilizó una técnica literaria que posteriormente vendría a ser conocida como realismo mágico.
[41] En términos más generales, Martin describe esta «notable novela corta colombiana» como una obra que parece contener «las semillas del estilo maduro de García Márquez».
[8] Es en este funeral que se revela que el cuerpo del dictador está ausente, y que de alguna manera ha sido sustituido por o transformado en «un gran loro grande, un loro voluminoso, un enorme loro, hinchado, inflado y envuelto en documentos, boletines, correo desde el extranjero, periódicos, informes, anales, periódicos de gran formato, almanaques, boletines oficiales».
Aunque la obra no se ocupa directamente del dictador haitiano, caben breves apuntes sobre éste.
Aquí ya no se construye, como en Amalia, una visión maniquea del actuar de los personajes; Augusto Roa Bastos ofrece los hechos para que el lector decida.
[51] Ilustrar la importancia del indígena en América Latina es aún más prudente considerando que Colombia, el país natal de García Márquez, se distingue por literariamente no reconocer a las poblaciones indígenas que aun son muy vivas hoy en día.
[51] La visión que el lector puede obtener del patriarca es una figura difusa, imprecisa, incluso contradictoria.
Bolívar, también conocido como el Gran Libertador, logró la independencia del territorio que posteriormente se convirtió en los Estados modernos de Venezuela, Bolivia, Colombia, Perú y Ecuador.
Sin embargo, el personaje del general no es retratado como el héroe glorioso que la historia tradicional suele presentar; en cambio, García Márquez construye un protagonista patético, un hombre prematuramente envejecido que está mal físicamente y mentalmente agotado.
Y también narra el calvario de Diana, secuestrada durante dos años, su intento de acercarse a ella –que quiere rehacer su vida[60] Es el cuarto libro y única novela del escritor chileno Pedro Lemebel.
Las novelas latinoamericanas que exploran temas políticos, pero que no se centran en el régimen de un dictador particular, se clasifican informalmente como «no exactamente novelas de dictador», del inglés «not quite dictator novels».
Más recientemente, la escritora argentina Mariana Enríquez en su novela Nuestra parte de noche (2019) y la venezolana Michelle Roche Rodríguez en su novela Malasangre (2020), recurren al registro fantástico para abordar la represión dictatorial desde la perspectiva de los perseguidos.
Por consiguiente, la política regional y las cuestiones sociales de las historias cedieron a preocupaciones humanas universales, y por tanto la «visión del mundo ordenado [de la novela tradicional] da paso a una narrativa fragmentada, distorsionada o fantástica» en la que el lector tiene un papel intelectualmente activo en captar la esencia temática de la historia.