Marca de fuego

Esta práctica, surgió durante el Virreinato de la Nueva España hacia la segunda mitad del siglo XVI[1]​ al interior de las bibliotecas conventuales.Al tiempo, la imperante necesidad de tener a la mano medios educativos impresos (cartillas, abecedarios, catecismos y devocionarios) y lo riesgoso y tardado que era esperar los envíos de la península ibérica llegados vía marina mercante, posibilitaron la fundación de la primera imprenta de América en la Nueva España por Juan Cromberger.Con la puesta en marcha de las Leyes de Reforma los bienes del clero pasaron a manos del estado y con ello, tras múltiples factores históricos y sociales, gran parte del acervo de las bibliotecas conventuales fue nacionalizado, desapareció, fue destruido o se encuentra en colecciones privadas.[3]​ Las marcas de fuego ayudan al estudioso del libro antiguo a tener un panorama general de los libros que los colegios compraban, imprimían, e incluso se expoliaban de las bibliotecas monásticas, así como los idiomas en los que estos se leían, las materias más estudiadas y, en algunos casos, quiénes leían los libros.Gracias a que las marcas de fuego se combinaron muchas veces con los ex libris de las bibliotecas conventuales ha sido posible ubicar con mayor exactitud el período del libro y ubicar con mayor certeza su lugar de procedencia.El objetivo primordial del Catálogo es servir como una herramienta de carácter bibliotecológico que pueda auxiliar a los bibliotecarios encargados de los fondos antiguos y reservados de bibliotecas históricas, públicas y privadas, en la adecuada identificación de estos elementos históricos presentes en muchos libros antiguos.
Marca de fuego en el corte de un libro antiguo
Cédula bibliotecaria de la una Bula de Pío V que prohibía el robo o enajenación de libros de las bibliotecas monásticas y conventuales.