Con anterioridad hubo en ese lugar una tejería artesana activa desde el siglo XVIII, que también elaboraba vasijas de alfarería para usos domésticos.
[3] Se atribuye a las familias Bulucua y Chirapozu la transformación, hacia 1830, del tejar en un taller de cacharrería más ambicioso, siguiendo modelos talaveranos.
[3] Predominaba la decoración vegetal dispersa e irregular, con hojas o flores y ramas florales estilizadas, motivos coloreados en azul.
A esta vajilla esencial habría que añadir otras piezas producidas más curiosas, como las aguabenditeras, esparragueras, pequeños orinales con aspecto de polveras, aceituneros y palomas de loza barnizadas en blanco con plumas en azul.
[5] Y entre los motivos o temas más frecuentes en las decoraciones, puede verse al "tratante de caballos", al "cura párroco de la aldea", a "las lavanderas" o a los jinetes del "paseo ecuestre".